Béredor

En Ercleón hay muchas criaturas: grandes, pequeñas, fuertes, cobardes, buenas y peores… Cada una es conocida por algo. Quizás por ser buena con la magia, puede que por su destreza en la batalla o lo avanzada que está su cultura. Ahora bien, si existe una especie, una civilización cuya leyenda sea más grande que sí misma esa es la de los béredor.

En ebénico berei significa lejano, extraño, foráneo o dispar. En verdad, todos estos atributos se corresponden con ellos. Los béredor también fueron conocidos como los malditos, los crueles, los brujos o los ebénicos oscuros… Fue una estirpe tan gloriosa como despiadada. Los hijos de Úrdun fueron unos hechiceros sin parangón que llevaron las capacidades de su poder a extremos que, hasta ese momento, ni siquiera los dioses habían osado alcanzar. Los científicos beredóricos fueron autores de la licantropía. Son los padres del vampirismo, inventores de los no muertos y los seres necrófagos. Sus artefactos aún aguardan en cámaras selladas para desatar su terrible poder y sus ruinas entrañan misterios y secretos que muy pocos han logrado descifrar.

Eran altos, casi tanto como un gigante insular, de pieles pálidas como la leche o la nieve cuajada. Nacían con ojos enrojecidos o teñidos por el color oro y sus cabellos eran siempre platinos. Esta apariencia hizo que muchos de los pueblos que entraron en contacto con ellos les tomasen por una especie de espectros que vagaban por la tierra con un propósito siniestro, algo que, hasta cierto punto, era verdad. Durante casi mil años, su civilización controló gran pate del mundo. Nú fue un lugar antes de su aparición y ha sido otro incluso desde que los últimos béredor fueran diezmados.

Pasaron de ser guerreros primitivos a errantes perseguidos, así, hasta ser uno de los Imperios más temidos de todo el mundo conocido. Las historias acerca de la Nación de Vúndar jamás se acaban y no existe compilación o libro capaz de recoger todas sus acciones.

Hoy su estirpe ha desaparecido, aunque se cree que algunos de ellos todavia viven escondidos entre nosotros y que, en la solitud de sus refugios, traman perturbadores rituales capaces de poner el mundo patas arriba una vez más.