Un relato de Sueño por una Crónica
En tierras fronterizas y peligrosas, el cazarrecompensas Válduin se aventura en la persecución del forajido Áltur Lupcan. En dicha misión, este mercenario se enfrentará a sus peores competidores y descubrirá si es tan poderoso como él mismo cree…
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El Rival de la Muerte: un relato de Sueño por una Crónica
Había anochecido, y eso era malo. Su presa, el forajido Áltur Lucan, se movía siempre bajo el amparo de la noche. Válduin el iárope había esperado alcanzarle para el medio día en Lavos Téldon, por desgracia, la información que tenía era escueta y tardó bastante tiempo en encontrar al contacto que sabría dar con él. Para cuando Válduin encontró el local que pertenecía a su informante, el Sol ya se hundía en un baño de sangre para abrir paso a la oscuridad.
—¡Ajj! Sé lo que estás pensando, jauro —le espetó Nuldo, aquel que debía ponerle tras la pista de Lupcan.
—Ah, ¿sí? ¿Y cómo sabes eso, pajarraco? —quiso saber Válduin mientras agarraba su jarra de cerveza e introducía su contenido en sus labios.
Válduin era un iárope, un miembro de la raza de humanos cerdo. Caminaba sobre dos piernas, tenía la piel gris y estaba embutido en una cota de malla y una armadura de placas que había conseguido tras atrapar y asesinar al minotauro Mókaro. Al lado de la mesa estaba ella, su compañera de vida, una aliada tan hermosa como fría y mortal. Se llamaba Túlema, un nombre apropiado. Ella era una chica especial, pues tenía la ventaja de estar encantada. Gracias a dicha magia, la hoja del hacha podía rebanar cualquier cosa como si fuese mantequilla siempre que la piedra que utilizaba como batería tuviese energía y su propietario activase el conjuro con el tacto de sus manos. De esa manera, Válduin había podido matar a cientos y convertirse en una celebridad de aquellas tierras.
Por alguna razón que el jauro era incapaz de comprender, aquel tabernero no tenía ni idea de quien era o a qué se dedicaba. Más le valía que sus palabras le ayudasen a dar con Áltur Lupcan, Si Nuldo terminaba resultándole inútil, Válduin no dudaría en acabar con él. En aquel instante, al iárope le apuñalaban un par de ojos negros como el ébano. Tenían la misma frialdad que el metal de Túlema, si esta fuera un puñal en vez de un hacha. El pico del cuervo propietario del local en el que se encontraban chasqueó y el pájaro parlante dijo lo siguiente.
—¡Ajj!, ¿acaso crees que eres el único mercenario que pasa por aquí, puerco de Merlákova? He conocido a muchos como tú, muchos como tú. De hecho, tampoco eres el primer jauro al que conozco —arguyó el cuervo parlante.
Válduin terminó su largo sorbo y dejó la jarra sobre la mesa. El humano cerdo aspiró el olor de la estancia. Aquel local era el típico bar donde los aromas a tabaco, brasas y guisos se extendían en todas direcciones. Era una taberna como cualquier otra, comprada por el cuervo Nuldo, quien, por lo visto, solía informar a cazarrecompensas como Válduin del paradero de objetivos a cuyas cabezas hubiesen puesto precio. Esto a cambio de parte de la recompensa claro estaba. Aquel era un sitio vulgar, regentado por un pájaro vulgar y lleno de gente vulgar. A Válduin le encantaba. Disfrutó de aquellas sensaciones por un momento y, después, dijo lo siguiente.
—No conoces a ninguno como yo, cuervo —declaró Válduin henchido de orgullo mientras una sonrisa jactanciosa aparecía debajo del morro de cerdo.
Nuldo escrutó al iárope. No mostró terror alguno, aunque, por su expresión, si parecía sentir curiosidad. Quizás no supiera quien era, pero aquel ave tenía que estar oliéndose algo.
—¿Sabes quién soy? —le preguntó Válduin.
—¡Ajj! Uno de tantos, uno de tantos, digas lo que digas —insistió el cuervo.
Entonces el cazarrecompensas se acercó a la mesa y observó a su oyente antes de hablar.
—Te equivocas. Se me conoce en muchos sitios, con un nombre distinto en cada uno. De todos el más apropiado es…
—El Rival de la muerte —dijo una voz a su izquierda.
Los ruidos del bar cesaron de inmediato y aquel momento pasó a ser una contención del propio tiempo. Estaba claro que los rumores acerca de su reputación también habían llegado a Lavos Téldon.
—Eres de los mayores asesinos de estas tierras —continuó diciendo aquella voz.
Válduin se giró lentamente para poder ver a aquel que le había reconocido. Lo que encontró fue a la persona más ordinaria que había visto en su vida, aunque su voz sí era bastante bonita. Se trataba de un muchacho más cerca de los veinte que de los treinta. Piel clara, barba y cabello oscuro recogido en un moño y par de ojos rasgados que observaban al iárope sin mostrar expresión alguna.
Válduin tuvo que admitir consigo mismo que le había molestado que alguien más que él dijese su nombre más famoso. Le encantaba regocijarse con cada oportunidad que tuviera con el temor y el respeto que dicho apodo infundía. Ese mocoso se había atrevido a decirlo y eso le enfurecía. Sin embargo, las prioridades iban primero. Debía atrapar a Áltur Lupcan, ya se ocuparía de aquel insolente más tarde.
—Jeje. Pareces un chico avispado. ¿Cómo te llamas? —interrogó el iárope al desconocido.
Todos los presentes estaban pendientes de aquella conversación. Algunos observaban al chico, otros a Válduin. La tensión podía sentirse como si fuese un comensal más sentado en la barra del local. Calmado, sin mostrar ningún temor, el joven dijo su nombre.
—Nétora —pronunció con una claridad que llegó a los oídos de Válduin como una melodía armoniosa.
En verdad, tenía una voz muy bonita. Válduin le observó y creyó que, aunque parecía ebénico, tenía que portar en sus venas sangre extranjera. Tal vez, lo dejase con vida. Podía forzarle a librar un tuk-hayh y convertirlo en su esclavo. Por la belleza de dicha voz imaginó que aquel mocoso sabía cantar. Sería apropiado tener un bardo que relatase sus hazañas para reforzar aún más su fama. Sí, la idea le gustaba. El resto de los iáropes nunca lo reconocerían como su propiedad dado que el propio Válduin había huido del yugo de su señor feudal y quebrado las normas de Merlákova. Sin embargo, ese tal Nétora desconocía todo acerca de esas leyes y la tradición iárope.
—Nétora… Ese nombre es ebénico. Supongo que eres un morador del bosque —afirmó Válduin.
—No lo sé. Solo sé que ese es mi nombre. En cualquier caso, poco importa, este palidece en comparación con el tuyo, Rival de la muerte.
El iárope escrutó a Nétora con curiosidad. No terminaba de decidirse entre sí le respetaba o le despreciaba. Tampoco si le rentaba dejarle vivo. El muchacho tenía agallas, eso desde luego. Pocos eran capaces de sostenerle la mirada sin cagarse encima. Sin embargo, no era solo que no le temía, tampoco respetaba su nombre, se notaba en su tono de voz. Terminó por decidirse en castigar a aquel insensato. Tenía poco tiempo, pues la noche avanzaba, sin embargo, Válduin tenía una reputación que mantener y un crio al que dar una lección. En el peor de los casos, si Áltur Lupcan se alejaba lo suficiente de Lavos Téldon, podía recibir un día de ventaja, aunque jamás escaparía de la persecución de Válduin.
—Dime, mestizo ebénico. ¿Sabes por qué me llaman El Rival de la muerte? —quiso saber Válduin.
—Eres cazarrecompensas. De los mejores de toda Lorvos —contestó Nétora.
—¿Y cómo me has reconocido? —preguntó el jauro.
—Eres de los pocos iáropes que trabajan en la región en solitario. Además, la forma de buey que está grabado en la pieza del vientre era la enseña de Mókaro. Aunque no se la conoce mucho a mí me contaron varias historias acerca de aquel salvaje y reconozco el símbolo. Ahora bien, la gente es incapaz de reconocer su emblema, pero todos en Lorvos saben quién mató a ese minotauro. Y, después de todo esto, si queda alguna duda de tu identidad, está Túlema, tu hacha encantada.
—Bien visto, muchacho, bien visto… —le interrumpió Válduin con una sonrisa maliciosa en el rostro.
Rápido, decidido y tan letal como la misma parca, el cazarrecompensas tomó a Túlema, giró la pieza de su empuñadura y el contacto de sus dedos activó el conjuro que impregnaba aquel arma. En el hacha aparecieron vetas rojas que señalaban que la magia ya hacia efecto en el metal. Después lanzó el hacha con todo su peso y magia contra Nétora.
A nadie le dio tiempo a reaccionar. Túlema avanzó como un vendaval girando sobre sí misma hasta que se hundió en la pared. La hoja imbuida en el encantamiento comenzó a calentar la piedra en la que se había quedado incrustada. De haber sido un muro más delgado, Túlema habría derretido los ladrillos hasta atravesar la pared, cosa que ocurriría inevitablemente a menos que el iárope la retirase de ahí, desactivase su conjuro o la batería del arma se agotase. Al fin y al cabo, la magia no era un poder infinito.
Solo cuando varios comensales comprobaron que la hoja del hacha había pasado cerca de sus propias cabezas, la sala actuó. Varios cuchillos, unas cuantas lanzas, alguna que otra espada y hasta un par de proyectiles mágicos rodearon al cazarrecompensas como una tormenta de armas. La sonrisa de Válduin se mantuvo inamovible hasta que se encontró a Nétora con la cabeza todavía sobre sus hombros. El humo manaba de su cuello con generosidad, la herida se había cauterizado al momento debido al calor que generaba la hoja encantada. El mestizo se palpaba el corte limpio con nerviosismo. A pesar de que Válduin tenía otra intención cuando le arrojó el hacha, Nétora había aprendido que usar su apodo en vano era una imprudencia.
—Tranquilo, es un mero roce. Bien es cierto que, un poco más, y te habría decapitado. Lo importante es que no debes temer al hacha, sino a mí —dijo Válduin mientras se ponía de pie con todos los clientes del bar todavía apuntándole con sus armas.
El iárope se regocijó. Había visto el miedo en muchas caras a lo largo de su carrera y, ahora, podía reconocerlo en el rostro del joven Nétora.
—Siéntate, puerco —le ordenó una voz escondida entre la multitud.
Válduin contuvo las ganas de reír. Era cierto que podía morir ahí mismo a manos de cualquier borrego. No obstante, que Nétora hubiese revelado su identidad había infundido un gran miedo en todos los presentes.
—¡Ajj, Ajj¡¡Basta, basta! No quiero muertes en el bar que no hagan ganar dinero a nadie ¡A nadie! —dijo Nuldo con bastante angustia.
El temor del cuervo estaba bien fundado. En el pasado, muchos antros habían acabado hechos pedazos después de que cabreasen a Válduin. El de aquel pajarraco tendría la misma suerte si había una trifulca en el bar. Por esa razón, Nuldo continuó hablando.
—Este tipo es una leyenda, una leyenda. Puede hacer mucho dinero si sigue vivo. Respecto al chico, perdónale la vida, Rival de la muerte, habrá oído hablar de ti, pero no tiene ni idea de con quien está tratando —le pidió el pájaro parlante.
La satisfacción del mercenario creció. Aquel cuervo había sido el primero en subestimarle. Ahora, incluso él le hablaba con el respeto que merecía. Los comensales dudaron. Válduin permanecía rígido como una estatua con la mirada fija en el chico. Por su parte, aún no había acabado con él. Levantó el brazo y le apuntó con el dedo.
—Me has delatado, morador del bosque. Eso es una desventaja en mi oficio. Ahora estás en deuda conmigo —le reclamó el jauro.
—¿Y-y q-que significa eso? —preguntó Nétora con la voz ahogada.
—Las reglas de Merlákova, reglas que yo sigo, dictan que, cuando eres tan débil que ni siquiera puedes derrotar a quien te amenaza, te conviertes en esclavo de esa persona de inmediato…
La ya de por sí pálida piel de Nétora se volvió blanca como la nieve. Su mirada era la expresión del pavor. Válduin lo tenía justo donde le quería.
—Para fortuna de tu libertad, no ejerceré ese derecho, pero me vas a ayudar a cobrar mi recompensa —dijo Válduin.
Nétora tragó saliva sin quitarse la mano de la herida. Las armas aún apuntaban directas a Válduin, pero el cazarrecompensas permanecía tranquilo. Era consciente de que la situación estaba bajo su control.
—Bien. Tenemos que discutir el asunto en privado. Amigos, si no os importa… —dijo el iárope refiriéndose a los clientes del bar.
—Bajad las armas, bajad las armas —pidió Nuldo de nuevo.
Aunque hubo más momentos de duda, todos hicieron caso. Válduin se fijó en ellos. Todos querían mostrarse tranquilos y confiados, pero ninguno se sentía así. Lo que querían realmente era alejarse a pasos agigantados del Rival de la muerte. Y hacían bien. Una vez los comensales se alejaron, el iárope miró con deferencia al joven Nétora. Este seguía congelado, con la mano en el cuello sobre la herida, la cual, todavía escupía humo. Con el local más calmado, Nuldo voló desde la barra hacia la mesa en la que estaba sentado el muchacho.
—Ajj, aunque sea un rasguño superficial, habrá que limpiarlo y tratarlo. Tienes suerte, chico —apreció el cuervo.
—La suerte no ha tenido nada que ver con que siga vivo y coleando —replicó Válduin mientras caminaba hacia la mesa donde estaban Nétora y Nuldo.
El joven ebénico hizo un nudo en la garganta y los ojos se le abrieron de par en par. Había entendido las palabras del cazarrecompensas.
—Bien, ¿hay algún lugar más reservado donde podamos discutir acerca de nuestro plan? —quiso saber el iárope.
—Lo hay. Sin embargo, hay algo que no cambia seas quien seas, Rival de la muerte —dijo Nuldo.
—¿Sigues creyendo que no puedo acabar mi trabajo? —preguntó Válduin.
—¡Ajj! Así lo pienso, así lo pienso. Y esto te lo diría aunque tuvieses tu hacha encantada en tus manos —insistió el ave.
—No necesito a Túlema para matarte, pajarraco. Ahora bien, ¿cuál es, según tú, ese problema del que tanto me tengo que preocupar? —quiso saber el cazarrecompensas.
—No eres el único mercenario con el que me he encontrado hoy. Hay otros en Lavos Téldon en busca de Lupcan —reveló Nuldo.
—¿Crees que me preocupa la competencia? Puedo acabar con cualquier rival que se me ponga en medio —se jactó el jauro.
—Con estos, incluso tú, poderoso Válduin, puedes verte en problemas. Son los asesinos de Lorvos. Su nombre inspira casi tanto temor como el tuyo. La banda de Los Cinco venenos también persigue a tu presa —desveló el cuervo.
Valduin notó una especie de presión en el pecho, una punzada que se introdujo con furia en su corazón. Maldijo para sus adentros a la madre puerco y sintió rabia. Los Cinco venenos; lo que le faltaba. Se decía que el forajido Áltur Lupcan era peligroso, no obstante, el jauro se creía capaz de lidiar con aquel enemigo, pero los asesinos de Lorvos ya eran otro asunto. En ese momento, Válduin temió encontrarse con la muerte y no estar a la altura de su reputación y su apodo.
—<<¿Los cinco venenos? No podía ser. Los rumores apuntaban que estaban en la Ércela profunda>> —pensó el cazarrecompensas mientras Nuldo golpeaba con el pico el plano que Nétora había desplegado sobre la mesa.
Válduin, Nuldo y Nétora se habían retirado a la pajarera donde el cuervo parlante y regente del local hacía su vida. Ahí podían planear sus siguientes pasos con tranquilidad y sin miedo a que nadie supiese nada de sus futuros movimientos. Sea como fuere, el tiempo jugaba en su contra. Ya estaban cerca de la medianoche. Eso daba la capacidad a Áltur Lupcan de poder huir. Si algún deslenguado le revelaba al forajido que El Rival de la muerte estaba en el pueblo detrás suya, eso solo complicaría las cosas. Había que actuar con rapidez.
—¿Dónde viste por última vez a Lupcan? —le preguntó a Nuldo.
—Ajj. Está aquí, está aquí. Lleva algunos días alojado en el hostal de La Emperatriz dorada. No debería serte difícil encontrarle. Sin embargo, tu problema sigue siendo la banda de Los Cinco venenos —le recordó el cuervo.
El cazarrecompensas no dijo nada. El hecho de tener que vérselas con ellos ya era algo en lo que prefería no pensar. Desde que Nuldo se lo hubiese dicho, el iárope hacía un rápido ejercicio mental y borraba de su mente toda idea relacionada con aquellos cazadores. Lo que haría sería ir en busca de Áltur Lupcan, atraparlo vivo o muerto y, después, tomaría su transporte élopa y se marcharía a toda velocidad de Lavos Téldon.
—Llévame hasta él. Acabaremos con esto rápido —dijo Válduin tomando a Túlema y colocándosela al hombro.
—¡Ajj! Es posible que ya haya abandonado el pueblo —le recordó el cuervo.
—Eso es lo que nuestro compañero averiguará —apuntó el cazarrecompensas.
—¿Quieres que me acerque a La Emperatriz dorada y compruebe si Áltur sigue ahí? —preguntó Nétora.
—Si sigue ahí lo que quiero es que envíes un mensaje —matizó Válduin.
—¿Qué mensaje? —indagó el mestizo ebénico.
—La verdad. Dile que los Cinco venenos van detrás de él. Si eso no le hace huir más rápido que un acreedor enano a cobrar una deuda, nada lo hará.
—¿Quieres que Lupcan huya? —preguntó Nuldo confuso.
—Quiero pillarle fuera de la ciudad —aclaró Válduin.
—Y quieres hacerlo lejos de los Cinco venenos. ¡Ajj!, es un plan inteligente, inteligente —admitió el pájaro.
Válduin detestó el tono de voz con el que el cuervo dijo aquellas palabras. Él era Él Rival de la muerte. Toda Lorvos le temía y se suponía que él era invulnerable a esa emoción. Odiaba tener miedo, odiaba ser débil, odiaba no ser el mejor. Por ese emotivo abandonó a su señor feudal hacia años. Pero, ¿qué importaba? Cobraría la recompensa de Lupcan y, con todo ese dinero, se tomaría un descanso bien merecido rodeado de putas y lujos. ¿De qué servía el coraje? ¿De qué servía el honor? Cabía la posibilidad de que Nuldo dijese por ahí que tenía miedo de Los Cinco venenos, pero, para eliminar el riesgo de que el ave manchase su reputación de asesino imparable podía quitárselo de en medio o, igual que había pensado con Nétora, hacerle su esclavo. Tal vez podría convertir a ambos en sus siervos y tener un séquito de subordinados a la altura de un mercenario como él. O, quizás, acabase matando a ambos y continuase su camino en solitario. La decisión era suya. En cualquier caso, todavía tenía que capturar a Lupcan.
Después de ultimar los detalles de un plan esbozado por Válduin, aquel trio estrafalario se puso en marcha. Pasaba la media noche y la presa del cazarrecompensas ya tenía total libertad para ir donde quisiera. El iárope era muy consciente de que su estrategia era arriesgada. Todo dependía de cuán cerca estuviesen Los Cinco venenos. Según Nuldo, estos habían ido a su local antes que él, pero, fiel al trato que el cuervo había entablado con el cazarrecompensas días antes, había guardado silencio. ¿En qué parte de la ciudad se encontraban ahora? Era imposible asegurarlo… Por lo general, Válduin detestaba los códigos y los reglamentos, pero, por una vez, el iárope apreció que tiempo atrás algunos cazarrecompensas hubiesen establecido una ley común para todos los cazadores. Gracias a ella, Nuldo pudo ocultar la información sin sufrir represalias a manos de la banda rival.
Si la búsqueda de Los Cinco venenos los había llevado tan solo un par de calles más allá de La Emperatriz dorada, esa distancia supondría la ventaja suficiente como para poder atrapar a su presa sin que aquellos cazarrecompensas pudiesen hacer nada al respecto. El transporte de Válduin estaba listo para arrancar nada más Lupcan pusiera un pie fuera del hostal. También le sería útil para partir con él, estuviese vivo o muerto. Ahora bien, si este se había marchado de Lavos Téldon, ni la discreción de Nuldo ni su silencio servirían de nada. Por tanto, era momento de dejarse de pensamientos vanos como a los que los tarugos e intelectuales se entregaban durante días. Válduin, El Rival de la muerte, iba a hacer lo que mejor se le daba; entrar en acción.
La noche pueril había sepultado la ciudad. Las lámparas hechas con piedras de luz girdur maru salpican con manchas lechosas a la extendida obscuridad. Había diversos transeúntes por las calles, aunque las mayores aglomeraciones se encontraban en los garitos nocturnos y los restaurantes. El barullo propio de aquellos establecimientos dotaba a la nocturna ciudad de un ambiente de vida, por suerte, la ausencia de personas permitiría a Válduin y sus compañeros pasar inadvertidos con mayor facilidad.
—¡Ajj!, ahí está, ¡ahí está! Ese edificio es el hostal de la Emperatriz dorada —identificó el cuervo.
El mismo quedaba unos cuantos metros más allá de Válduin. Era construcción de tres plantas con una techumbre plana y una arquitectura carente de algún tipo de cuidado por la estética. Parecía que el propio iárope hubiese diseñado aquel edificio. Seguramente algún erudito afeminado y auto enclaustrado en su estudio habría sido capaz de identificar el estilo de las ventanas y los contrafuertes. A Válduin, el cazarrecompensas, al mercenario, sencillamente, se la sudaba.
—Bien, entra ahí, morador del bosque. Averigua si Lupcan sigue ahí. Si no se encuentra en el hostal, regresa al local de Nuldo Si permanece ahí, ya sabes que hacer —le explicó Válduin.
—¿Qué harás tú entre tanto? —se atrevió a preguntar el joven.
—Esperar en el lugar adecuado —contestó el iárope.
Nétora asintió y comenzó a caminar hacia la enseña de La Emperatriz dorada. Válduin torció hacia una de las callejuelas a la par que Nuldo se desplazaba a base de cortos revoloteos a ras de suelo. El cazarrecompensas buscó alguna escalera para subir a al punto más alto de entre todos los edificios que colindaban el hostal. Finalmente, tuvo que colarse en un bloque de pisos para alcanzar la azotea de una construcción que quedaba en el lado este. La altura era suficiente como para ver tanto la salida principal como las salidas traseras de La Emperatriz dorada. Una vez llegó a ese sitio, Válduin activó el reclamo del élopa. De ese modo, si lo acababa necesitando, podría moverse a gran velocidad para alcanzar a Lupcan.
—Tú, veduh. Sé mis ojos. Avísame en cuanto la presa salga de ahí —ordenó Válduin.
—¡Ajj!, si hay algo por lo que avisar, te enterarás en seguida, ¡te enterarás en seguida! —aseguró el cuervo.
Dicho aquello, el córvido desplegó sus alas negras y se dejó caer al abismo. Al poco tiempo, el cazarrecompensas lo vio de nuevo en los aires. Una vez Válduin tuvo vigiladas las alturas, se tocó la oreja izquierda. El orbe sonoro se activó y el jauro pudo hablar a Nétora.
—Chico, ¿está ahí? —preguntó Válduin.
—He hablado con la consigna. Tenía alquilada una habitación en la última planta —explicó el ebénico.
—¿Y sigue en ese sitio?
Hubo un murmullo. Las interferencias propias de la emisión sustituyeron a la armoniosa voz del muchacho. Hasta que, al final, el cazarrecompensas volvió a escucharle.
—Si. Sigue ahí. Según parece está cenando. Les he dicho que tenía que darle un mensaje importante —dijo el joven.
—Pues bien, ve a dárselo —le animó Válduin.
La hora se acercaba. El iárope manipuló los controles del reclamo del élopa. Entre las nubes se alcanzó a escuchar un murmullo. De esos mismos nubarrones negros emergió una figura que se acercó a la azotea en la que se encontraba el cazarrecompensas. Aquel transporte era una de sus posesiones más apreciadas junto con Túlema y su armadura. El iárope lo había tomado de una familia de enanos que poco pudieron hacer para impedir que se lo llevase. Era un tronco de piedra cilíndrico con dos alerones a ambos lados. Medía dos metros y medio de longitud y en él había espacio para dos pasajeros en la parte delantera y tres más en la trasera. Aquella cabina estaba cubierta un techo con amplias ventanas que daban un buen panorama de visión al conductor, su copiloto y sus pasajeros. Por otro lado, la carrocería externa era de color gris y estaba decorada con runas del idioma durcario, las mismas que relucían con luz azulada cuando el vehículo mágico se activaba.
Válduin no lo dudó ni un instante. Abrió las puertas del coche mágico con el mismo artefacto que servía de reclamo. Después, entró en él de inmediato. Había explicado a sus aliados que lo usarían para perseguir a Lupcan. Nétora y Nuldo habían visto su transporte antes de iniciar la misión y lo reconocerían sin ningún problema. Al poco tiempo de sentarse en el interior de su vehículo, apareció Nuldo, quien se acercó con un ritmo vertiginoso movido por una única y evidente razón.
—¡Ajj! Lupcan está en marcha, en marcha —dijo el cuervo al momento de posarse sobre la ventanilla abierta del élopa.
—¿Por dónde ha salido? ¿Por la puerta principal o la trasera? —preguntó el cazarrecompensas.
—Por ninguna de las dos. El aire ha sido su vía de escape. Tiene sus propias alas y estas vuelan veloces, amigo. Vuelan veloces, ¡veloces! —advirtió el cuervo.
—¡Puercos! Entra, ¡rápido! —apremió Válduin al informante.
Nuldo saltó al interior de la cabina y graznó.
—¿Por dónde ha ido? —le interrogó Válduin.
—Tomó la vía aérea sureste. Hacia la carretera Ánera —contestó Nuldo.
—Sureste entonces —dijo Válduin. A continuación, palpó con el índice su orbe comunicador para hablar a Nétora. —Chico, corre a la salida trasera. Te recogeremos ahí —indicó el cazar recompensas a su subordinado.
—Voy para allá. Esa fue la respuesta que se escuchó a través del orbe.
Válduin giró el volante y el tronco descendió hacia el nivel de desembarco. Mientras bajaba, oyó murmullos a través del orbe, aunque el jauro apenas prestó atención. Para cuando el élopa quedó suspendido sobre la misma acera, Nétora ya se encontraba ahí. El mestizo ebénico corrió, abrió la puerta y se metió en el coche encantado. Ya estaban todos, así que lo que tenían que hacer era ponerse a perseguir al forajido lo más rápido posible. Se escuchó un zumbido, todo el transporte vibró y el paisaje alrededor se convirtió en manchas oscuras salpicadas de vez en cuando por rastros de luz.
—Ahora que es de noche, volará hasta que su batería se descargue —dijo Nétora desde atrás.
Era asombroso. Incluso con ansiedad, su voz seguía sonando melodiosa. Rara vez El Rival de la muerte había tenido gusto para las artes, pero estuvo convencido de que el mestizo sería un bardo excelente.
—No necesitamos alcanzarle. Solo saber dónde se refugiará. Hay que seguirle de cerca —dijo el mercenario sin olvidarse de su misión.
Nada más el iárope tomó el volante, el vehículo cogió velocidad y empezó a cortar el mismo cielo como si este fuese mantequilla.
—Lupcan conduce un élopa de diseño Táseno. Es inconfundible, nadie más lleva uno de esos por aquí —comentó Nétora.
—Lo veo. Está justo delante del semáforo —dijo Válduin con la mirada fija en un punto que creció hasta convertirse en un pesado y robusto élopa de colores borgoña.
El cazarrecompensas condujo su vehículo con suavidad hasta situarse detrás del transporte de Áltur Lupcan. La idea del jauro era seguirle sin ningún tipo de prisa hasta alejarse lo suficiente de la ciudad como para interceptarle. Con un poco de suerte, su presa atravesaría la frontera imperial y, así, sería mucho más fácil de cazar. Era un buen plan, uno surgido de sus años de experiencia atrapando a criminales o personas por las que pagaban una sustanciosa recompensa. La de Lupcan era de las más cuantiosas que Válduin había visto nunca. Cuando fuese suya, se plantearía tomarse un buen descanso. Antes de volver a la acción, se compraría una buena casa a la altura de un cazador como él. Cuando la imagen de aquel hogar idílico se dibujó en su cara, el vehículo de Válduin recibió un disparo de poder.
—¡En el nombre de Merlákova! —rugió el jauro después de que su coche retumbase de arriba abajo.
Era una suerte que, al igual que Túlema, su transporte estuviese encantado con campos de escudos. De haber carecido de dicha protección, el y sus compañeros habrían caído directos a una abrupta colisión. En cualquier caso, que hubiesen eludido el ataque sorpresa de Lupcan no significaba que este se quedase quieto. Después de sufrir el disparo, el élopa de su presa pegó un acelerón y se adentró en las profundidades de la noche.
—Cabrón traicionero. Ese tronco no es una rapaz de combate, ¿Cómo es posible que pueda disparar? —se preguntó el Cazarrecompensas.
—Debe estar modificado, igual que tu transporte —teorizó el joven.
—Solo los mejores hechiceros mecánicos son capaces de hacer esos cambios —replicó Válduin.
—Sea como sea, ha conseguido que esos mecánicos le hagan las modificaciones. Deprisa, o le perderemos —le recordó Nétora al mercenario.
—Ya lo sé. Aun así, ¿cómo coño se ha enterado de que le persigo?
De no haber estado al volante, habría echado una mirada acusadora al mestizo. Sin que aquello fuese necesario, Nétora se defendió.
—Si quisiera traicionarte, no habría sido tan estúpido como para entrar aquí. Debe tener sus propios medios para estar informado. De todos modos, sé que tu élopa también puede disparar. ¿Por qué no le devuelves sus ataques? —preguntó el joven.
—Un élopa puede correr o disparar, pero hacer ambas cosas muy de seguido acaban con la energía de la piedra que lo mantiene en un instante. Apuesto lo que quieras a que la potencia de fuego de Lupcan es mayor que la nuestra. Por tanto, prefiero apostar por nuestra velocidad. Ahora, cállate y estate atento a su tronco —le ordenó Válduin.
El cazarrecompensas pisó el acelerador y se puso a perseguir a Áltur Lupcan sin mayor dilación. Los zumbidos propios de un bólido como aquel se colaron en los oídos de Válduin mientras corría. Esa vez requeriría tanto velocidad como destreza para triunfar y, también, sobrevivir. Del coche mágico de Lupcan surgió otra descarga. El iárope la esquivó de milagro a través de un brusco girón de volante. Por primera vez en bastante tiempo, dio gracias a la divina Merlákova. Lupcan debía tener un calibre muy potente. Si le alcanzaba las veces suficientes, los escudos del élopa de Válduin caerían.
Aparte de dicha protección, implementados en la carrocería de su tronco gracias a haber extorsionado a más de un conjurador, el vehículo contaba con otras mejoras. El motor danariático era más rápido que el de los demás modelos y su manejo y capacidad de alcanzar ciertas velocidades superior al de cualquier otro vehículo de la región. Su élopa no era una rapaz de combate, pero sí un cazador lo bastante veloz como para dar alcance a cualquiera que se propusiera. Tras esquivar el ataque de su enemigo, Válduin enderezó el élopa, dio otro fuerte pisotón al acelerador y retomó la persecución.
La ciudad de Lavos Téldon fue desapareciendo cada vez más rápido. Las luces nocturnas pasaron de ser una amplia constelación de puntos blancos y dorados para ser una difusa mancha blanquecina en mitad del horizonte oscuro. Era afortunado que en la urbe hubiese una reducida presencia de los legionarios imperiales. De haber tenido a soldados férinos deambulando por las calles, la persecución habría sido doble. Sin embargo, la ruta que Lupcan estaba tomando por la carretera Ánera preocupó al mercenario y, por lo que se dijo a continuación, al resto de pasajeros.
—¡Ajj! Ahora ha tomado la Carretera Ségara —observó el pájaro a través del navegador del élopa.
—¿Y eso significa algo? —quiso saber Nétora
—Esa antigua carretera fue recorrida por el rey benen Háneror cuando marchó con sus aliados para destruir a los últimos béredor, ¡los últimos béredor! —explicó el cuervo.
—Entonces, entiendo a dónde nos llevará si seguimos por ese camino — murmuró Nétora con una voz a medio camino entre la belleza sonora y la gelidez del temor.
Válduin no tenía ni idea de historia. Solo sabía que la carretera Nétora iba directa hacia el Este. Mas allá de Lorvos, estaba el antiguo territorio de Eata. Pocas vías aéreas circulaban por aquel lugar en la actualidad y, las pocas que lo hacían, solo llevaban a un lugar. Al oriente de Eata se extendía la planicie de Ércela, La Llanura maldita. Válduin no le tenía miedo a aquel sitio, había estado allí muchas veces haciendo su trabajo. No obstante, si entraban en provincias como Kánalos, tendrían problemas. La persecución prosiguió hasta que ambos troncos voladores se adentraron en Eata. Válduin comprobó su navegador varias veces e hizo las revisiones necesarias. Sin lugar a dudas, Lupcan estaba tomando un sendero que llevaba al corazón de Eata y, de ahí, entrarían de cabeza en la oscura Kánalos, el dominio del dictador Noruas.
Todo eso era tan interesante como inquietante. Si su objetivo estaba yendo hacia Kánalos, debía colaborar, trabajar o servir al heraldo del Señor Eterno. Antes de la persecución, Válduin no había tenido indicio alguno de ello. Era cierto que la recompensa puesta por la cabeza de Lupcan superaba al dinero que pedían por otros, pero, si este resultaba ser aliado de Noruas, Válduin podría reclamar no solo oro a los imperiales sino también honores y concesiones a los magos caballeros de Iriega. La idea le agradaba mucho, como le agradaba esclavizar tanto a Nétora como al propio Nuldo. Ambos habían demostrado ser muy útiles. Si hacia las cosas bien, aquella misión podía terminar siendo muy beneficiosa para él. Entre tanto, tuvo que esquivar una ráfaga más proveniente del élopa de Lupcan.
—Será hijo de puta —le maldijo el jauro. —¿Cuánta batería tiene ese tronco para lanzar cargas tan rápido? —se preguntó el cazarrecompensas.
Daba igual, su vehículo era más veloz. Todo cuanto tenía que hacer era adelantarse y cortarle el camino. Válduin volvió a enderezar su vehículo. Ese malnacido de Lupcan debía llevar un compartimento de doble o incluso triple batería. Incluso si era así, su objetivo no podría atacarle para siempre. En vez de volver a ir directo hacia él, estabilizó su vuelo y esperó.
—¡Ajj! ¿qué haces? Ese miserable nos va a matar, ¡a matar! —advirtió Nuldo.
—Cierra tu pico de cotorra. Necesito estar atento a todo lo que haga —le dijo el cazarrecompensas.
En vez de exponerse, haría que Áltur Lupcan se sirviese a sí mismo en bandeja de plata. Mantendría una media distancia sin perderle, obligándole a disparar hasta que sus cargas se agotasen o hasta que el propio motor danariático dejase de poder sostener al tronco. Pudiera ser que, dándose cuenta de su estrategia, Lupcan acelerase para perderle, pero, si se ponía a correr, volvería a ser vulnerable ya que no podía atacar más. Al final, Válduin salía beneficiado tanto si le disparaba como si huía. Lo único que tenía que hacer era no perderle de vista al élopa del forajido.
La proximidad al élopa de Lupcan acabó dando su fruto. Otra descarga de energía fue lanzada, solo que esa vez, Válduin estaba más que preparado. Esquivar aquel ataque fue coser y cantar. El indeseable ya le había disparado cuatro veces en unos pocos minutos. Ninguna batería de un élopa utilitario podía aguantar tanto sin ser una rapaz de combate. Por mucho que estuviese modificado, aquel tronco tenía que estar a punto de caer o de ponerse a correr.
El cazarrecompensas reemprendió su ruta por cuarta vez y esperó la reacción de su enemigo, la cual no tardó en llegar. Tal y como había previsto, su presa se olvidó de ofensivas y empezó a volar a mayor velocidad. Estaba claro que ya no se creía capaz de derribarle. Lo que su escurridizo objetivo no había entendido es que eso sería inútil. Él era un puerco de Merlákova, alguien que se había criado luchando contra sus hermanos de sangre y contra todo aquel que había querido aplastarle. Incluso había escapado del yugo de su señor feudal cuando a la mayoría de sus semejantes ni se le pasaba por la cabeza semejante idea. Él era Válduin, El Rival de la muerte. Nadie podía evitar sus garras por mucho que huyera, nadie podía detenerle cuando se proponía conseguir algo.
El iárope pisó el acelerador de su tronco y las modificaciones y conjuros adicionales se hicieron de notar. Desde el exterior, las runas celestes refulgieron por la mayor descarga de energía mágica. En poco tiempo, su velocidad igualó a la del vehículo de Lupcan y el cazarrecompensas volvió a tenerlo justo delante. Solo que, esa vez, no se quedó a la zaga. Dudaba que pudieran ser disparados sin que el tronco de Áltur cayese de las alturas, aun así, no volvería a ponerse a tiro de su objetivo. Válduin aceleró un poco más y logró alcanzar la posición del tronco del forajido. Entonces, teniendo en cuenta que su élopa había sido construido por los enanos con piedra, el jauro elevó su coche por encima del de su objetivo y apagó el generador de levitación. Aquello permitió que cayesen sobre Áltur Lupcan con todo su peso.
—¡Ajj! ¿Quieres matarnos? —chilló Nuldo al ver lo que hacía Válduin.
—Solo quiero matar a Lupcan —dijo el iárope justo cuando el tronco de piedra golpeó al vehículo de Áltur.
Hubo un estruendo que sonó como un terremoto. Las manchas oscuras que se entreveían por las ventanillas dejaron de moverse hacia delante para empezar a escurrirse hacia abajo. Un zumbido se coló en los oídos de Válduin y la asfixia propia del vértigo de una gran caída presionó todo su cuerpo. Si volaban por la carretera Ánera, debían estar una altura de unos treinta metros, altura suficiente para matarse si su élopa impactaba contra el suelo. Aquello era lo que Nuldo debía pensar que iba a ocurrir, al igual que Nétora. Ambos pegaban gritos ensordecedores ante la supuesta e inminente caída. La muerte era algo en lo que Válduin, por irónico que sonase, pensaba poco. En cualquier caso, estaba seguro de algo relacionado con aquel asunto. No moriría por una maniobra que ya había realizado varias veces. Cuando le pareció que habían recorrido la mayor parte de la caída y estaban a punto de impactar contra la superficie, el mercenario reactivó el generador de levitación y, tras notar un tirón brusco, el tronco quedó de nuevo suspendido en el aire.
El trío de pasajeros se tomó un momento para recuperar el aliento. Todos estaban ilesos, la táctica de Válduin había tenido éxito. El jauro echó un vistazo y encontró oscuridad en el exterior. Las farolas de la carretera Ánera quedaban en lo alto, lejos de aquel lugar. La única fuente de iluminación cercana eran las runas azules de su élopa y, también las runas verdes del de Lupcan, las cuales seguían encendidas pese a que el vehículo del mismo se había llevado un buen golpe tras estrellarse.
Los restos estaban debajo suya. A pesar de que la iluminación procedente del tronco indicaba que la magia aún estaba fluyendo por todo el transporte, había columnas de humo ascendiendo desde los pedazos del coche mágico. Este había caído del revés y estaba sumergido en la roca del suelo. La cabina había reventado y su conductor no daba señales de vida. Nada se veía que indicase que Lupcan estuviera vivo.
—¿Seguirá ahí? —preguntó Nétora al mirar por la ventanilla que tenía a la derecha.
—Seguir tiene que seguir ahí dentro. Lo bueno es que me da igual el cómo se encuentre. Pagan por su cabeza, no por su vida. Vayamos a echar un vistazo —dijo Válduin.
Manipulando el volante, el cazarrecompensas hizo bajar el élopa. Se situó cerca de los restos de la colisión, sobre un montículo que le daba ventaja estratégica en caso de que Lupcan estuviese vivo y le atacase desde la distancia. Después de dejar levitando al tronco, Válduin levantó con sumo cuidado la puerta. Agarró a Túlema y salió con lentitud del tronco. Decidió no coger o encender ninguna lámpara hecha de roca lumínica girdur maru para ser un blanco más difícil de ver. El destartalado vehículo de Áltur Lupcan seguía escupiendo humo sin que su propietario diese nuevas señales de vida. A pesar de tales indicios de que este estaba muerto, Válduin no bajó la guardia.
—Tú, chico. Ve por la derecha, acércate poco a poco. Tú, pájaro, observa desde lejos. Grazna a la mínima señal de Lupcan —murmuró el cazarrecompensas.
—¡Ajj! De acuerdo, de acuerdo —dijo el cuervo.
Nétora tan solo se limitó a asentir y a salir del élopa. Tras esta acción, Nuldo salió volando de la ventanilla y se mezcló con la penumbra. Hasta cierto punto, Válduin se sentía vulnerable confiando en aquellos dos, además, nunca había trabajado en equipo, por lo que, aparte de eso, se sintió extraño. Lo cierto era que estaban siendo de extrema utilidad, por lo que la opción de reclutarles le estaba tentando cada vez más.
Válduin caminó con sumo cuidado y sin ningún tipo de prisa. La noche estaba en una calma absoluta. A esas horas, el tráfico aéreo era escaso y, en esa zona en concreto, no parecía haber nada ni nadie metiendo las narices. Eso era bueno. El élopa de Lupcan cada vez estaba cerca, así como su recompensa. El mercenario llevaba a Túlema en mano, aunque empezaba a sentirse lo bastante confiado como para bajar el hacha. Su idea era acercarse a la cabina y encontrar a su presa o lo que quedase de ella. Si veía que resultaba imposible sacar el cuerpo entero, decapitaría el cadáver y se llevaría la cabeza al primer gendarme imperial que le pagase por su captura.
Llegó hasta el élopa y siguió sin haber la mínima señal de que Áltur Lupcan siguiera con vida. Válduin no lo pensó. Se agachó despacio esperando encontrar al tipo atrapado en el interior de la cabina. El iárope echó un vistazo a través de la ventanilla y vio un cuerpo, un cuerpo inmóvil y, aparentemente, muerto.
El cazarrecompensas sonrió. Ya estaba hecho, bastaba con dejar que Túlema hiciese el trabajo. Válduin activó en encantamiento de su arma para que volviera a ser tan cortante como la más temible de las armas de poder. Los haces de luz roja del objeto relampaguearon y el calor emanó del hacha. Dio un tajo al costado del tronco y la limpieza con la que el hacha cortaba abrió un gran boquete circular en medio del élopa. Ahí tenía al famoso y escurridizo forajido de Áltur Lupcan; vulnerable, a su absoluta merced. Cuando una presa caía en sus garras siempre resultaba muy gratificante. Todavía más cuanto cobraba la recompensa puesta por ella. El jauro volvió a agacharse para sacar de dentro del coche mágico su premio. Era verdad que Lupcan era alguien voluminoso, aunque él también era fuerte y no pensó que le resultase complicado sacarle de ahí. Lo que pilló por sorpresa al Rival de la muerte fue que el propio Áltur Lupcan fuese quien le ayudase a sacarle de ahí.
Una mano grande, gruesa y de piel áspera se cerró en torno al cuello de Válduin. Esta apretó con fuerza, con una opresión tan insistente que el cazarrecompensas creyó que su cabeza iba a estallar. Notó que le cortaban el aire de súbito y empezó a perder la conciencia. Intentó usar a Túlema contra aquella mano, pero se le había escurrido cuando Lupcan le sorprendió. El iárope era capaz de verla por el rabillo del ojo aún encendida. Si lograba hacerse con ella, vencería. En vez de seguir luchando contra la fuerza que lo estaba estrangulando, intentó agarrar su arma. Era su única oportunidad. La empuñadura le rozó los dedos en múltiples ocasiones, por desgracia, la sensación de Válduin era que la estaba alejando más y más, eso mientras el aire que llegaba era cada vez menor. La vista se le nubló y Túlema le pareció estar más lejos que nunca.
—¡Válduin! —gritaron cerca suya.
Era Nétora, estaba al lado del élopa y de la escena. El iárope desvió la mirada y lo reconoció más allá de la pérdida de visión. El joven tenía a Túlema en sus manos, se la había aproximado lo suficiente como para que pudiese empuñarla. Válduin así lo hizo. Notó el calor de su posesión más valiosa y la hizo caer sobre el brazo al que pertenecía la mano que le estaba estrangulando. El hedor a carne quemada se coló por su nariz, Válduin sintió un nuevo y repentino apretón sobre el cuello, aunque este fue el último. Después, toda la presión se disipó, Válduin estaba libre. Se levantó de inmediato entre toses. Estaba seguro que aquella ocasión era una de las que más le habían acercado a sucumbir ante su competidora. Necesitó tomar aliento para recobrarse del todo, por desgracia, su enemigo no estaba dispuesto a concedérselo.
A pesar de haber perdido un brazo, Áltur Lupcan había logrado salir de la cabina del élopa y, ahora, se había levantado. El hecho de no contar con uno de sus miembros no le hacía menos peligroso. Válduin había oído hablar mucho de él y había visto muchas capturas danariáticas y retratos del mismo para que, cuando le tuviera delante, pudiese reconocerlo. Ahora, las luces verdes de su élopa desmantelado le iluminaban con un aire fantasmal. Lupcan debía medir unos dos metros y medio, la estatura típica de su especie. La piel era grisácea, rugosa y estaba curtida por su exposición al sol. Vestía con finas ropas que delataban que sus años como saqueador le habían enriquecido. Una camisa blanca cubría su torso debajo de un chaleco de color purpura de lo más refinado. Bajo aquel conjunto, había una cabeza desproporcionada, de cráneo y frente protuberantes, casi alienígenas. Una corta trompa caía del lugar donde tenía la nariz y una mandíbula cuadrada y prominente exhibía una mueca de absoluto odio. El troll estaba fuera y, aunque ya no tenía su mano derecha se mantenía firme y observaba a su cazador con un odio absoluto.
—Tienes la mínima idea de quién soy yo? —le preguntó el troll.
Válduin se tomó unos instantes en contestar, se acordó de cuando le preguntó eso mismo a Nuldo en el bar. Eso le hizo reforzar su escaso gusto por la verborrea, A pesar de eso, intentó escoger las palabras adecuadas.
—Tú eres mi último trabajo, considérate honrado —le espetó Válduin.
—Je, je. Y tú eres un tipejo lleno de humildad, aunque con una falta absoluta de inteligencia —replicó Lupcan.
—No sé si un dekreptor es el más indicado para reprochar a alguien la falta de inteligencia —le replicó Nétora, quien permanecía a la derecha de la escena.
—Necio. Soy muy distinto a los salvajes de mi raza. Yo tengo una misión y es servir al futuro soberano de estas tierras —alardeó Lupcan.
—¿Hablas de Noruas? ¿Y tú te consideras inteligente? Ese dictador de tres al cuarto caerá como han caído todos los nigromantes con delirios de grandeza. De hecho, creo que él mismo ya fue derrotado en el pasado. ¿Verdad? —se regocijó Válduin.
A pesar de la burla, el jauro sentía respeto por aquel nombre. Sea como fuere, era mejor fingir que no le tenía ningún miedo antes que dejarse asombrar por las palabras de su presa.
—No tenéis ni idea de lo que ocurre en la torre de Amag Deka, no os hacéis una ligera impresión del poder que ya ejerce y el que desatará por toda Ércela, por el Sindrato enano, la provincia élfica de Debiria. Hasta el orgulloso reino de Véudra será conquistado, así como el Imperio ebénico —aseveró Áltur Lupcan.
—Mucha cosa para un líder terrorista que se sabe unos cuantos conjuros de magia de sangre. Por un segundo, lo difícil que me ha sido el darte alcance y lo cerca que has estado de matarme me han hecho pensar que si eres un tipo digno de lo que se contaba de ti. Matar a un gobernador imperial o infiltrarte en la legión y ser capaz de robar planes estratégicos es todo un logro para un troll. Aun así, veo que eres tan estúpido como el resto de tu gente —comentó Válduin.
—Te equivocas, y ya te lo he dicho, soy distinto a todos los seres de Ercleón. Sirvo al heraldo del Señor eterno.
—Serás distinto a los de tu especie, pero vas a caer como cualquier otro imbécil al que he cazado.
—¡Ajj! Caballeros, podemos buscar una opción más diplomática a todo este entuerto, a todo este entuerto —dijo en ese momento Nuldo, quien llegó volando para posarse sobre una roca cercana.
—Y lo haremos, soy un iárope. ¡Así es como ejerce la diplomacia mi gente! —clamó Válduin.
Hacía ya un rato que se encontraba en condiciones para luchar, así que, sin mayor vacilación saltó sobre el troll con Túlema sobre su cabeza. En la mente del iárope, aquel movimiento sería el acto que acabase con Lupcan de una sola vez. Para su desgracia, Válduin se equivocó.
Lupcan fue capaz de verle y, con su puño izquierdo asestó un directo que derribó al jauro. Aquel puño se sintió tan pesado y contundente como cuando el troll intentó asfixiarle. A diferencia de otros enemigos, Lupcan era un combatiente que sabía lo que estaba en juego. Sin vacilación, se arrojó sobre Válduin y comenzó a estrangularle una vez más. En esa ocasión, su rabia fue mucho mayor que antes. Válduin estuvo seguro de que, en caso de haber contado con sus dos brazos, el dekreptor ya le habría matado. Tenía una fuerza equivalente a su inteligencia, en la cual, ahora Válduin estaba más dispuesto a creer.
En ese instante su mirada se cruzaba con la de Áltur Lupcan, quien le observaba con un intenso odio. El troll ocupaba todo su campo de visión, por lo que el cazarrecompensas fue incapaz de ver venir a Nétora, quien se abalanzó sobre él y empezó a golpearlo. La fuerza con la que el joven le atacaba fue suficiente como para que su enemigo soltase su cuello. Eso dio un instante a Válduin para recobrarse y tomar aliento. El problema estuvo en que Lupcan tardó muy poco en despachar a Nétora, a quien arrojó varios metros de distancia. De haber podido, el troll habría caído sobre él de nuevo. En ese caso, el que retrasó lo inevitable fue Nuldo, quien voló con una rapidez vertiginosa y comenzó a picotear y arañar la cabeza de Áltur. Esos segundos en los que este trató de quitarse al pájaro de encima, fueron claves. Válduin era consciente de que no tendría otra oportunidad. Sin esperar a haber recobrado el aliento del todo, el iárope se levantó del suelo con Túlema en mano, avanzó a pasos ligeros y, antes de que su enemigo se diese la vuelta, le asestó un tajo en mitad de la espalda.
La expresión de Lupcan era de un asombro absoluto. En aquellos ojos negros había tanto furia, como desconcierto, como un atisbo de admiración por haber sido vencido. Tras unos cuantos segundos, el fugitivo cayó al suelo, tan inerte como el cadáver en el que se había convertido. Después de que este se desplomase, Nétora apareció en el rango de visión de Válduin.
—Creo que está muerto —dijo Nétora mientras se agachaba y palpaba la garganta de su enemigo. —Está claro, ya no habita en este Plano. Vas a ser toda una leyenda en Lorvos, Rival de la muerte, puede que en todo Ercleón
A Válduin aquello le traía sin cuidado. Quería acabar con Lupcan y ya lo había hecho. Aunque aquel combate hubiese sido chapucero, él había ganado; la recompensa era suya.
—Bien, ¿y ahora qué hacemos? —preguntó Nétora.
—Esperar a que salga el sol. Entonces el cuerpo se convertirá en piedra. La carne pétrea de los trolls es muy valiosa. Cuando Rebane la cabeza del forajido la entregaré como prueba de la captura pero, también, me quedaré con algún pedazo de su cuerpo para tener ganancias extra —explicó Válduin.
—Ajj, es buena idea, buena idea. Ya quedan solo unas pocas horas hasta que nazca el Sol y empiece un nuevo día—comentó el cuervo.
—Respecto al futuro, quisiera saber que será de mí, Válduin. No he olvidado lo que me dijiste en el bar y ambos sabemos que asociarse con un iárope conlleva renunciar a la libertad —añadió Nétora.
—Libertad…
El cazarrecompensas murmuró esa palabra y la dejó suspendida en el aire. Tanto Nétora como Nuldo se lo quedaron mirando con intriga. Sabiendo que tenía la atención de ambos, Válduin empezó a hablar.
—Libertad, honor, gloria, amor… Es lo que todos persiguen. Cosas insustanciales, cosas que no existen. Nadie es libre, nadie tiene honor de verdad, la gloria es solo una ilusión y el amor no son más que burbujas en el culo que pueden aliviarse con una buena follada.
Sus dos compañeros callaron. Estaban escuchando al iárope con atención.
—Yo os digo que en esta vida lo único que es valioso es la fuerza. Quien tiene fuerza, lo tiene todo. Yo soy Válduin, El Rival de la muerte. Soy el más temido en todo Lorvos y, pronto, cuando se sepa que he acabado con un siervo del dictador Noruas, seré temido en todo Ércela. A pesar de todo, ese nombre es muy respetado por los cretinos. Os digo, compañeros; seguidme. Yo soy un iárope. Todos aquellos que me juren lealtad pasarán a formar parte de un ejército que asolará cada lugar que encuentre. Todos aquellos que estén de mi parte sobrevivirán —declaró Válduin sintiendo que aquello se cumpliría con la misma seguridad que el Sol se levantaba por el Oeste y se ponía en el Este.
Nada más el mercenario dijo aquellas palabras, comenzó la última espera. Una que terminó en un sólido silencio hasta que el gran Sol Naru comenzó a teñir el horizonte oriental con las luces del amanecer. El iárope respiró con profundidad. Era el comienzo de un nuevo día, de una nueva era. Válduin lo acabó de entender. No necesitaba seguir las reglas de Merlákova, solo ganar las suficientes partidas. Con la ayuda de aquellos dos necios había matado a un acólito de uno de los señores de la guerra de Ercleón. Si fundaba una banda o si levantaba un pequeño ejército su sola reputación serviría para derrotar a cualquiera que se les resistiese. Siempre había sido un guerrero solitario, pero, ahora, usaría a otros para alcanzar sus objetivos. Empezaría con esos dos, luego, con la banda entera. Le seguiría una compañía mercenaria y, más adelante, todo un ejército que cumpliese sus designios. Así era. Finalmente se había decidido, sus días como errante solitario habían terminado. Le esperaba una nueva época de gloria. Así se lo constataban los rayos del Sol Naru, los cuales tocaron el cadáver de Áltur Lupcan y tornaron la carne bajo las ropas dura y grisácea como la piedra.
Ahora, cuanto tenía que hacer era decapitar aquel cuerpo y llevárselo consigo. Los dekreptores eran un tipo de troll que, como muchos otros, se petrificaban al entrar en contacto con la luz diurna. En realidad, su carne no se convertía en piedra, pero era un mecanismo de sus cuerpos que endurecían todas las partes del mismo. El material que se creaba a raíz de ese cambio era único en todo el mundo. Estando muerto y, también, convertido en una estatua, Válduin creyó que era momento de hacerse con la fea y pétrea cabeza de Áltur Lupcan.
El mercenario se olvidó de Nuldo y Nétora, quienes habían guardado silencio después de dar su discurso. Se situó encima a del troll y comprobó que el encantamiento de Túlema siguiese activado. Tras ver las vetas rojas todavía ardientes, Válduin levantó el hacha por encima de su cabeza, dispuesto a terminar con aquello de una vez por todas. Si hubieran pasado un par de segundos más, habría consumado su acción, sin embargo, ocurrió algo que le detuvo en seco, algo que no solía ocurrir con mucha frecuencia. A Válduin, le dieron una orden.
—Detente, querrán ser ellos los que mutilen el cuerpo —dijo Nétora a su espalda con la voz sonándole más preciosa que nunca.
El jauro se dio la vuelta incrédulo. Encontró a aquel muchacho mestizo, mirándole con absoluta serenidad, como si hubiera olvidado que, por mucho menos, él mismo casi le había dejado sin cabeza en el antro de Nuldo. Tal vez aquel imbécil no formase parte de su banda, ni de su compañía, ni de su ejército. después de todo. Tal vez, le matase ahí mismo y acabase con tanta insolencia por su parte.
—¿Cómo dices, mocoso? —preguntó Válduin con la furia impresa en sus palabras.
—¡Ajj! Lo que oyes, lo que oyes. Deja tranquilo el cuerpo hasta que lleguen. Les hemos avisado de todos tus movimientos desde que salimos de mi local. Así es como se han enterado de que ibas tras Lupcan y de que estamos aquí. Muy pronto habrán llegado —reiteró esa vez Nuldo.
—¿Con que tú también te crees en posición de darme órdenes, eh, pajarraco? —le interrogó el mercenario.
—Son sugerencias para que sigas vivo. Igual que cuando te aconsejé que no emprendieras esta misión, Rival de la muerte, Tus promesas de parte de la recompensa eran tentadoras, pero prefiero estar congraciado con otros —explicó el cuervo.
—Hazle caso, Válduin. Esta vez vas sobrestimado tus posibilidades. —apuntó Nétora.
Válduin miró al muchacho y luego al pájaro y lo evidente se presentó ante sus ojos.
—De modo que los dos estáis conchabados… Astuto, muy astuto, pero jugar con un puerco de Merlákova a las traiciones es algo muy peligroso.
—Nadie te traicionó, Válduin. Tanto Nuldo como yo usamos tus taras en nuestro favor: tu arrogancia, descaro y exceso de confianza han sido de gran ayuda. Es cierto que tuve que correr algunos riesgos, como poner sobre aviso a Lupcan de que íbamos tras él. Si no nos atacaba y luchábamos contra él, seguramente habríamos llegado lo bastante lejos como para que nuestros verdaderos colaboradores fuesen incapaces de alcanzarnos —le explicó Nétora.
—¿Vuestros verdaderos colaboradores? ¿De quiénes estás hablando? —preguntó Válduin.
—De nosotros, por sssupuesto —le contestó una voz serpentina a su espalda.
El iárope se dio la vuelta y se dio cuenta de que se había olvidado por completo de la competencia. Estaban los cinco al completo, Válduin les reconocía por las historias y anécdotas que se decían. Al final, la banda de Los Cinco venenos le habían alcanzado antes de poder llevarse la cabeza del troll.
—Eresss un gran guerrero, Rival de la muerte. Me tienta el reclutarte, pero sssé como eres tú y como sssomos nosotros —le espetó Alja Lagra, la lideresa de la banda.
Era grande para los de su especie. De una mirada tan fría como el metal de Túlema, aunque con una especie de letalidad más sutil que heló la sangre de Válduin. Tenía las plumas verdes, los colmillos parecían dardos de acero, solo que más amarillentos y filosos. Como era reptil, no podía sonreír tal cual, pero la silueta de sus fauces describía una forma siniestra y macabra que al iárope le recordaba mucho a una sonrisa.
Alja Lagra saltó desde el risco en el que había aparecido y corrió hasta ponerse sobre el pecho del forajido petrificado. Abrió la boca y un hedor nauseabundo emergió entre los colmillos. Las garras de sus patas se aferraron al torso del troll, excepto la garra curva de cada pata. Esas permanecieron altas y firmes, apuntando directamente al cazarrecompensas.
El acto reflejó del iárope fue descargar la furia de Túlema sobre la dinosaurio. Ya había acabado antes con otros de su raza. Sin embargo, cuando el resto de la banda descendió y rodeó al cazarrecompensas, Válduin sintió auténtico miedo. Se contaban auténticos relatos de terror acerca de cómo los velociraptores cazaban. Siempre actuaban de forma coordinada. Por lo general distraían a su presa avanzando de frente, mientras uno o más raptores atacaban por los flancos.
Válduin retrocedió algunos pasos. Conocía a todos los miembros del grupo. Alja Lagra, la verde, era la raptora que lideraba la manada. De izquierda a derecha estaban los cuatro restantes de Los Cinco venenos; Krezo, El Trago letal, cubierto por plumas de color fuego y rayas lapislázuli. Cáfta El ponzoña, de color tierra verdosa. Álok, La Toxina celeste, de plumaje azul con vetas rojas. Por último y más sanguinario, Válduin reconoció a Voka, El Ascua venenosa.
El jauro retrocedió un poco más. Si luchaba contra Los Cinco venenos, necesitaría margen de movimiento, eso sí luchaba. Pues, por primera vez en toda su trayectoria como cazarrecompensas, pensó en renunciar a su premio y salir corriendo. Alja Lagra seguía sobre el cuerpo de Áltur Lupcan sin apartar la vista de Válduin y con esa perturbadora hilera de colmillos que le sacaba de quicio.
—Vamosss a llevarnos a Lupcan. Nétora y Nuldo vienen con nosotros. La recompensa será toda nuestra. A ti te dejaremos con vida como pago por haber matado la pieza —le dijo Alja Lagra.
Al oír esa amenaza, Válduin se quedó más rígido que el propio cadáver del troll. La última vez que alguien más fuerte que él le había arrebatado lo que era suyo aún era esclavo de su señor feudal. La ira despertó en su corazón. No había huido por anhelos de libertad sino porque estaba convencido de que se merecía todo lo que quería. Ahora esos cinco lagartos querían hacerle volver a aquella vida de servidumbre, cosa a la que el iárope se negaba.
—No voy a dejar que eso ocurra. He luchado muy duro para matar a ese cabrón. Su recompensa me pertenece —reafirmó Válduin.
—Sssi lo crees así, puerco de Merlákova. ¡Defiende lo que es tuyo!…
En cuanto la raptora dejó de hablar, el resto de miembros de la banda de los Cinco venenos se lanzaron contra Válduin. La suerte estaba echada, así como las fichas sobre el tablero. Aquella era la pelea de su vida, el momento en que Válduin descubriría si de verdad era un digno Rival de la muerte.

Y hasta aquí el relato, viajero.
¿Cómo? Te preguntarás. Si se ha quedado colgado, Sergos. ¿Cómo puedes decir que hasta aquí el relato? ¿No tienes pensado el final?
Lo tengo, querido viajero, pero, prefiero que seas tú quien lo escoja.
Así es, este relato acabará como tú decidas que acabe. En el grupo oficial de Telegram y de Discord, vamos a votar el final de esta historia. Si Válduin logra vencer a los Cinco venenos o si, por el contrario, caerá ante ellos.
Tú decides.
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