En tierras fronterizas y peligrosas, el cazarrecompensas Válduin se aventura en la persecución del forajido Áltur Lupcan. En dicha misión, este mercenario se enfrentará a sus peores competidores y descubrirá si es tan poderoso como él mismo cree…

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Parte 1

Había anochecido, y eso era malo. Su presa, el forajido Áltur Lucan, se movía siempre bajo el amparo de la noche. Válduin el cazarrecompensas esperaba alcanzarle para el medio día en la ciudad de Lavos Téldon. Por desgracia, la información que tenía era escasa y tardó bastante tiempo en encontrar al contacto que sabría dar con Lupcan. Para cuando Válduin dio con el local de su informante, el sol ya se hundía en un baño de sangre para abrir paso a la oscuridad. 

—¡Ajj! Sé lo que estás pensando. —le espetó Nuldo, aquel que debía ponerle tras la pista de su objetivo. 

—Ah, ¿sí? ¿Cómo sabes eso, pajarraco? —quiso saber Válduin mientras agarraba su jarra de cerveza e introducía su contenido en sus labios y colmillos. 

Válduin era una criatura llamada iárope o jauro, una raza de humanos cerdo de carácter terrible. Caminaba sobre dos piernas, tenía la piel gris y estaba embutido en una cota de malla que le quedaba grande y una armadura de placas que había conseguido tras asesinar al minotauro Mókaro. Al lado de la mesa estaba ella, su compañera de vida, una aliada tan hermosa como fría y mortal. Se llamaba Túlema y era una chica especial, pues estaba encantada. La hoja del hacha podía rebanar cualquier cosa como si fuese mantequilla siempre que su batería arcana tuviese energía. Con ella, Válduin había matado a cientos y se había convertido en una celebridad de aquellas tierras. Por alguna razón que el jauro era incapaz de comprender, aquel tabernero no tenía ni idea de quien era. Más le valía que sus palabras le ayudasen a dar con Áltur Lupcan, si Nuldo terminaba siéndole inútil, Válduin no dudaría en acabar con él. El pico del tabernero chasqueó y dio respuesta a la pregunta que el mercenario le había hecho antes. 

—¡Ajj!, ¿acaso crees que eres el único mercenario que pasa por aquí? He conocido a muchos como tú… ¡Muchos como tú! —arguyó el ave parlante. 

Nuldo el cuervo era el propietario de aquel local y se comportaba como tal; cómodo, confiado y tranquilo. Válduin terminó su largo sorbo y dejó la jarra sobre la mesa. La taberna había sido comprada por Nuldo, quien solía informar a cazarrecompensas como él del paradero de objetivos a cuyas cabezas hubiesen puesto precio. Eso, a cambio de parte de la recompensa, claro estaba. El humano cerdo aspiró el olor de la estancia: los aromas a tabaco, brasas y guisos se extendían por todas partes. Válduin disfrutó de aquellas sensaciones por un momento y, después, dijo lo siguiente. 

—No conoces a nadie como yo, cuervo. Se me conoce en muchos sitios, con un nombre distinto en cada uno. De todos el más famoso es… 

—El Rival de la Muerte… —le interrumpió una voz a su izquierda. 

Los ruidos del bar cesaron de inmediato y aquel momento pasó a ser una contención del tiempo. 

—…eres de los mayores asesinos de estas tierras. —continuó diciendo aquella voz. 

Válduin se giró lentamente para poder ver a aquel que le había reconocido. Lo que encontró fue a la persona más ordinaria que había visto en su vida, aunque su voz sí era bastante bonita. Se trataba de un muchacho más cerca de los veinte que de los treinta. Piel clara, barba y cabello oscuro recogido en un moño y un par de ojos rasgados que observaban al iárope. Válduin tuvo que admitir consigo mismo que le había molestado que alguien más que él dijese su nombre más conocido. Le encantaba regocijarse en cada oportunidad que tuviera con el temor que dicho apodo infundía. Ese mocoso se había atrevido a decirlo y eso le enfurecía. A pesar de que las prioridades iban primero y Válduin debía atrapar a Áltur Lupcan, se tenía que ocupar de aquel insolente. 

—Jeje. Pareces un chico avispado. ¿Cómo te llamas? —interrogó el mercenario al desconocido. 

Todos los presentes estaban pendientes de aquella conversación. Algunos observaban al joven comensal, otros a Válduin. La tensión podía sentirse como si esta fuese una persona más sentada en el local. Calmado, sin mostrar ningún temor, el muchacho dijo su nombre. 

—Nétora. —pronunció con una claridad que llegó a los oídos de Válduin como una melodía armoniosa. 

En verdad, tenía una voz muy bonita. Tal vez lo dejase con vida, podía forzarle a librar un tuk-hayh y convertirlo en su esclavo. Por la belleza de dicha voz, El cazarrecompensas imaginó que aquel mocoso sabía cantar. Sería apropiado tener un bardo que relatase sus hazañas para reforzar aún más su fama. Sí, la idea le gustaba. El resto de los iáropes nunca reconocerían al chico como su propiedad dado que el mismo Válduin había huido del yugo de su señor feudal y quebrantado Las Normas de La Diosa Puerco Merlákova. Sin embargo, ese tal Nétora desconocía todo acerca de esas leyes y la tradición de los iáropes, así que siempre se creería su esclavo y, en todos los sentidos, lo sería.

—Nétora… Ese nombre es ebénico. Supongo que eres un morador del bosque, aunque también pareces tener sangre extranjera. Dime. ¿Sabes por qué me llaman El Rival de la Muerte? —quiso saber el mercenario. 

—Eres cazarrecompensas, de los mejores de todo Lorvos. —contestó Nétora. 

—¿Y cómo me has reconocido? —preguntó el jauro. 

—Eres de los pocos iáropes que trabajan en la región en solitario. Además, la forma de buey que está grabado en la coraza es la enseña del minotauro Mókaro. Aunque se la conoce poco, a mí me contaron varias historias de aquel salvaje y reconozco el símbolo. Si portas dicho emblema es que te has quedado con su armadura, ya que tú no eres el minotauro. Como en Lorvos se sabe quién mató a ese monstruo, la lista de candidatos casi se ha reducido a una persona. Pero, si todavía me quedase alguna duda después de todos estos datos, está Túlema, tu hacha encantada. Ella también es bastante famosa.

—Lo es, muchacho. Y, ahora, verás por qué… —le interrumpió Válduin de súbito. 

Rápido, decidido y tan letal como la misma parca, el cazarrecompensas tomó a Túlema, giró la pieza de su empuñadura y el contacto de sus dedos activó el conjuro que impregnaba aquel arma. En la hoja del hacha aparecieron vetas rojas que señalaban que La Magia ejercía su efecto en el metal del objeto. Nada más el conjuro despertó, Válduin lanzó el hacha contra Nétora. A nadie le dio tiempo a reaccionar. Túlema avanzó como un vendaval girando sobre sí misma hasta que se hundió en la pared. La hoja imbuida en el encantamiento comenzó a calentar la piedra en la que se había quedado incrustada. De haber sido un muro más delgado, Túlema habría derretido los ladrillos hasta atravesar la pared, cosa que ocurriría inevitablemente a menos que el iárope la retirase de ahí, desactivase su conjuro o la batería arcana del arma se agotase.

Solo cuando varios comensales comprobaron que la hoja del hacha había pasado cerca de sus propias cabezas, la sala actuó. Varios cuchillos, unas cuantas lanzas, alguna que otra espada y hasta un par de proyectiles mágicos rodearon al cazarrecompensas como una tormenta de armas. La sonrisa de Válduin se mantuvo inamovible hasta que se encontró a Nétora con la cabeza todavía sobre sus hombros. El humo manaba de su cuello con generosidad, la herida se había cauterizado al momento debido al calor que generaba la hoja encantada. El mestizo se palpaba el corte limpio con nerviosismo. A pesar de que Válduin tenía otra intención cuando le arrojó el hacha, parecía que Nétora había aprendido que usar su apodo a la ligera era imprudente. 

—Tranquilo, es un mero roce. Tú no temas al hacha, sino a mí. —dijo Válduin mientras se ponía de pie con todos los clientes del bar todavía apuntándole. 

El cazarrecompensas se regocijó. Había visto el miedo en muchas caras a lo largo de su carrera y, ahora, podía reconocerlo en el rostro del joven Nétora. 

—Siéntate, puerco. —le ordenó una voz escondida en la multitud. 

Válduin contuvo las ganas de reír. Era cierto que podía morir ahí mismo a manos de cualquier borrego. No obstante, que Nétora hubiese revelado su identidad había infundido un gran miedo en todos los presentes. 

—¡Ajj, Ajj! ¡Basta!… ¡Basta! Nada de muertes que no sean remuneradas.   Este tipo es una leyenda, puede hacer mucho dinero si sigue vivo. Respecto al chico, perdónale la vida, Rival de la Muerte, habrá oído hablar de ti, pero no tiene ni idea de con quien está tratando. —le pidió el pájaro parlante. 

La satisfacción del mercenario creció. Aquel cuervo había sido el primero en subestimarle. Ahora, incluso él le hablaba con el respeto que merecía. Los comensales dudaron. Válduin permanecía rígido como una estatua con la mirada fija en el chico. Por su parte, aún no había acabado con él. Levantó el brazo y le apuntó con el dedo. 

—Me has delatado, morador del bosque. Eso es una desventaja en mi oficio. Ahora, estás en deuda conmigo. —le reclamó el jauro. 

—¿Y-y q-que significa eso? —preguntó Nétora con la voz ahogada. 

—Las Normas de Merlákova, reglas que yo sigo, dictan que, cuando eres tan débil que ni siquiera puedes derrotar a quien te amenaza, te conviertes de inmediato en su esclavo… 

La ya de por sí pálida piel de Nétora se volvió blanca como la nieve. Su mirada era la expresión del pavor. Válduin lo tenía justo donde le quería. 

—Para fortuna de tu pellejo, no ejerceré ese derecho. Me basta con que me ayudes a cobrar mi recompensa. —dijo Válduin. 

Nétora tragó saliva sin quitarse la mano de la herida. Las armas aún apuntaban directas a Válduin, pero el cazarrecompensas permanecía tranquilo. Era consciente de que la situación estaba bajo su control. 

—Bien. Tenemos que discutir el asunto en privado. Amigos, si no os importa… —dijo el iárope refiriéndose a los clientes del bar. 

—Bajad las armas… ¡Bajad las armas! —pidió Nuldo de nuevo. 

Aunque primero dudaron, los presentes hicieron caso al cuervo. Una vez los comensales se alejaron, el iárope miró con deferencia al joven Nétora. Este seguía congelado, con la mano sobre la herida del cuello, la cual, todavía escupía humo. Con el local más calmado, Nuldo voló desde la barra hacia la mesa en la que estaba sentado el muchacho. 

—Como pregunté antes, ¿hay algún lugar donde podamos discutir nuestro plan? —repitió el mercenario. 

—Lo hay. Sin embargo, Rival de la Muerte, nada cambia el hecho de que estás por enfrentarte a un gran apuro. ¡Ajj! —graznó Nuldo. 

—¿Sigues creyendo que soy incapaz de acabar mi trabajo? —preguntó Válduin.

—¡Ajj! Así lo pienso… Así lo pienso. Y esto te lo diría, aunque tuvieses tu hacha encantada en tus manos. —insistió el ave. 

—Puedo matarte sin tener a Túlema en mis manos, pajarraco. Ahora bien,

¿cuál es, según tú, ese problema del que tanto me tengo que preocupar? —quiso saber el cazarrecompensas. 

—Hay otros en Lavos Téldon en busca de Áltur Lupcan. —reveló Nuldo. 

—¿Crees que me preocupa la competencia? —cuestionó el jauro. 

—Con estos, incluso tú, poderoso Válduin, puedes verte en problemas, su nombre inspira casi tanto temor como el tuyo. La Banda de Los Cinco Venenos también persigue a tu presa. —desveló el cuervo. 

Valduin notó una especie de presión en el pecho, una punzada que se introdujo con furia en su corazón. Maldijo para sus adentros a La Diosa Puerco y sintió rabia. Se decía que el forajido Áltur Lupcan era peligroso y confabulaba con guerrilleros de Ércela, no obstante, el cazarrecompensas se creía capaz de lidiar con aquel enemigo. No obstante, Los Cinco Venenos ya eran otro asunto. En ese momento, Válduin temió encontrarse con la muerte y no estar a la altura de su reputación y su apodo. 

Parte 2

Nuldo el cuervo golpeaba con el pico el plano que Nétora había desplegado sobre la mesa. Él, el mestizo y Válduin se habían retirado a la pajarera donde el cuervo parlante hacía su vida. El tiempo jugaba en su contra. Ya estaban cerca de la medianoche y eso daba la capacidad a Áltur Lupcan de poder huir. Si algún deslenguado le revelaba que El Rival de la Muerte estaba detrás suya, la situación se complicaría. Había que actuar con rapidez. 

—¿Dónde viste por última vez a Lupcan? —le preguntó Válduin a Nuldo. 

—Ajj. Está aquí… Está aquí. Lleva algunos días alojado en el hostal de La Emperatriz Dorada. Debería serte fácil encontrarle. Sin embargo, tu problema sigue siendo La Banda de Los Cinco Venenos. —le recordó el cuervo. 

El cazarrecompensas calló. El hecho de tener que vérselas con ellos era algo en lo que evitaba pensar. Desde que Nuldo se lo hubiese dicho, el mercenario hacía un rápido ejercicio mental y borraba de su mente toda idea relacionada con aquellos cazadores. Lo único que importaba era ir en busca del forajido, atraparlo vivo o muerto, tomar su transporte élopa y marcharse a toda velocidad de Lavos Téldon. 

—Da igual, tú llévame al hostal. —dijo Válduin colocando a Túlema sobre su hombro.

—Es posible que ya haya abandonado la ciudad. —teorizó el cuervo. 

—Eso es lo que nuestro compañero averiguará. —matizó el cazarrecompensas refiriéndose a Nétora. 

—¿Quieres que me acerque a La Emperatriz Dorada y compruebe si Áltur sigue ahí? —preguntó el chico. 

—Y, si sigue ahí, quiero es que le envíes un mensaje. —concretó Válduin. 

—¿Qué mensaje? —indagó el mestizo.

—La verdad. Dile que Los Cinco Venenos van detrás de él. Si eso no le hace marcharse de la ciudad más rápido que un acreedor enano yendo a cobrar una deuda, nada lo hará. 

—¡Ajj! ¿Quieres que Lupcan huya? —preguntó Nuldo confuso. 

—Quiero pillarle fuera de la ciudad. —aclaró Válduin.

—Lejos de Los Cinco Venenos. Es un plan inteligente… ¡Inteligente! —admitió el pájaro. 

A pesar del elogio, Válduin estaba nervioso. Toda Lorvos le temía y se suponía que él era invulnerable a la emoción del miedo. Odiaba estar asustado, odiaba ser débil, odiaba no ser el mejor. Por ese emotivo abandonó al Señor Feudal Dúrgoran hacia años. Pero, ¿qué importaba? Cobraría la recompensa de Lupcan y, con todo ese dinero, se tomaría un descanso bien merecido, rodeado de putas y lujos. ¿De qué servía el coraje? ¿De qué servía el honor? Se decía que Merlákova, su deidad, devoraba a los cobardes y débiles. Válduin había roto las reglas, pero estaba lejos de ser un cobarde. O eso quería pensar. Cabía la posibilidad de que Nuldo o Nétora dijesen por ahí que tenía miedo de La Banda de Los Cinco Venenos, pero, para eliminar el riesgo de que estos manchasen su reputación, Válduin podía quitárselos de en medio o convertir a ambos en sus esclavos. La decisión era suya, en cualquier caso, antes tenían que atrapar a Lupcan. 

Después de ultimar los detalles de un plan, aquel trio inusual se puso en marcha. El iárope era muy consciente de que su estrategia era arriesgada. Todo dependía de cuán cerca estuviesen Los Cinco Venenos. Según Nuldo, estos habían ido a su local antes que él, pero, fiel al trato que el cuervo entabló con el cazarrecompensas, había guardado silencio. ¿En qué parte de la ciudad se encontraban ahora? Era imposible asegurarlo… La noche había sepultado la ciudad. Las lámparas hechas con piedras de luz salpicaban con manchas lechosas la extensa obscuridad. Había diversos transeúntes por las calles, aunque las mayores aglomeraciones se encontraban en los garitos nocturnos y los restaurantes. El barullo propio de aquellos establecimientos dotaba a la ciudad de un ambiente de vida. Por suerte, la ausencia de personas permitiría a Válduin y sus compañeros pasar inadvertidos con mayor facilidad. 

—¡Ajj!, ahí está… ¡Ahí está! Ese edificio es el hostal de La Emperatriz Dorada. —identificó el cuervo. 

El mismo quedaba unos cuantos metros más allá del grupo. Era una construcción de tres plantas con una techumbre plana y una arquitectura sin ningún tipo de cuidado por la estética. Parecía que el propio Válduin hubiese diseñado aquel edificio.

—Bien, morador del bosque. Averigua si Lupcan sigue ahí. Si no está en el hostal, regresa al local de Nuldo. Si permanece ahí, ya sabes que hacer. —le explicó Válduin. 

—¿Qué harás tú entre tanto? —se atrevió a preguntar el joven. 

—Esperar en el lugar adecuado. —contestó el iárope. 

Nétora asintió y comenzó a caminar hacia la enseña de La Emperatriz Dorada. Válduin torció hacia una de las callejuelas a la par que Nuldo se desplazaba a base de cortos revoloteos a ras de suelo. El cazarrecompensas buscó alguna escalera para subir al más alto de entre todos los edificios que colindaban el hostal. Al final tuvo que colarse en un bloque de pisos para alcanzar la azotea de una construcción que quedaba en el lado este. La altura era suficiente como para ver tanto la puerta principal como las salidas traseras de La Emperatriz Dorada. Una vez llegó a ese sitio, Válduin activó el reclamo del élopa. De ese modo, si lo acababa necesitando, podría moverse a gran velocidad para alcanzar a Lupcan.

—Tú, veduh. Sé mis ojos. Avísame en cuanto la presa salga de ahí. —ordenó Válduin. 

—¡Ajj!, si hay algo por lo que avisar, te enterarás en seguida… ¡te enterarás en seguida! —aseguró el cuervo. 

Dicho aquello, el ave desplegó sus alas negras y se dejó caer al abismo para ser visto de nuevo en los aires por el cazarrecompensas. Una vez Válduin tuvo vigiladas las alturas, se tocó la oreja izquierda. El orbe sonoro se activó y el mercenario pudo hablar a Nétora. 

—Chico, ¿está ahí? —preguntó Válduin. 

—He hablado con la consigna. Tenía alquilada una habitación en la última planta. —explicó el ebénico. 

—¿Y sigue en ese sitio? 

Hubo un murmullo. Las interferencias propias de la emisión sustituyeron a la armoniosa voz del muchacho. Hasta que, al final, el cazarrecompensas volvió a escucharle. 

—Sí. Sigue ahí. Según parece está cenando. Les he dicho que tenía que darle un mensaje importante. —dijo el joven. 

—Bien, ve a dárselo. —le animó Válduin. 

La hora se acercaba. El iárope manipuló los controles del reclamo del élopa. Entre las nubes se alcanzó a escuchar un zumbido. De esos mismos nubarrones negros, emergió una figura que se acercó a la azotea en la que se encontraba el cazarrecompensas. Aquel transporte era una de sus posesiones más apreciadas junto con Túlema y su armadura. El iárope lo había tomado de una familia de enanos que poco pudieron hacer para impedir que se lo llevase. Era un tronco de piedra cilíndrico con dos alerones a ambos lados. Medía dos metros y medio de longitud y en él había espacio para dos pasajeros en la parte delantera y tres más en la trasera. Aquella cabina estaba cubierta por un techo con amplias ventanas que daban un buen panorama visual a los pasajeros del transporte. Por otro lado, la carrocería externa era de color gris y estaba decorada con runas del idioma durcario, las mismas resplandecían con luz azulada. Válduin no lo dudó ni un instante. Abrió las puertas del coche mágico con el mismo artefacto que servía de reclamo, después, entró en él de inmediato. Había explicado a sus aliados su plan y Nétora y Nuldo habían visto su coche, así que le reconocerían sin ningún problema cuando fuese a recogerlos. Al poco tiempo de sentarse en el interior de su vehículo, el córvido apareció a un ritmo vertiginoso. 

—¡Ajj! Lupcan está en marcha… El aire ha sido su vía de escape. Tiene sus propias alas y estas vuelan veloces, vuelan veloces… ¡Veloces! —advirtió el cuervo. 

—¡Puercos! ¡Entra! —le apremió Válduin. 

Nuldo saltó al interior de la cabina y graznó. 

—¿Por dónde ha ido? —preguntó él. 

—Tomó la vía sureste. Hacia La Carretera Ánera. —contestó Nuldo. 

A continuación, Válduin palpó con el índice su orbe comunicador para hablar a Nétora. 

—Chico, corre a la salida trasera. Te recogeremos ahí. —indicó el cazarrecompensas a su subordinado. 

—Voy para allá. —Fue la respuesta que se escuchó a través del orbe.

Válduin giró el volante y el tronco descendió hacia la altura del suelo. Mientras bajaba, oyó murmullos a través del orbe, aunque el mercenario apenas prestó atención. Para cuando el élopa quedó suspendido sobre la misma acera, Nétora ya estaba ahí. El mestizo ebénico corrió, abrió la puerta y se metió en el coche mágico. Ya estaban todos, así que lo que tenían que hacer era perseguir al forajido lo más rápido posible. Se escuchó un zumbido, todo el transporte vibró y el paisaje de alrededor se convirtió en manchas oscuras salpicadas de vez en cuando por gotas de luz. 

—Ahora que es de noche, volará hasta que su batería se descargue. —dijo Nétora desde atrás. 

—No hace falta alcanzarle, solo saber dónde se refugiará. Hay que seguirle de cerca. —dijo el mercenario.

—Lupcan conduce un élopa de diseño Táseno. Serie Alka. Es inconfundible, nadie más lleva uno de esos por aquí. —comentó Nétora.

—Lo veo. Está justo delante del semáforo. —dijo Válduin con la mirada fija en un pesado y robusto élopa de colores borgoña y runas color verde.

El cazarrecompensas condujo su vehículo con suavidad hasta situarse detrás del transporte de Áltur Lupcan. La idea de Válduin era seguirle sin ningún tipo de prisa hasta alejarse lo suficiente de la ciudad para interceptarle. Con un poco de suerte, su presa atravesaría la frontera imperial y, así, sería mucho más fácil de cazar. Cuando el mercenario se visualizó con el botín de la recompensa en sus manos, su vehículo recibió un disparo proveniente del coche de Lupcan que les impactó de lleno.

Parte3

—¡En el nombre de Merlákova! —blasfemó Válduin después de que su coche retumbase de arriba abajo.

Era una suerte que su transporte estuviese encantado con un escudo deflector. De haber carecido de dicha defensa, él y sus compañeros habrían caído de inmediato. Después de recibir el impacto, el élopa de Lupcan pegó un acelerón y se adentró en las profundidades de la noche.

—Cabrón traicionero. ¿Cómo coño se ha enterado de que le perseguimos en este coche? —se preguntó el mercenario.

De no haber estado al volante, Válduin habría echado una mirada acusadora al mestizo. Sin que aquello llegase a ocurrir, Nétora se defendió.

—Si quisiera traicionarte, no habría sido tan estúpido como para entrar aquí y correr el riesgo de volar por los aires. Debe creer que somos Los Cinco Venenos. —concluyó Nétora.

Podía ser. Válduin aceptó la justificación por el momento. Aunque había algo más respecto a aquella persecución que daba mala espina.

—Ese tronco no es una rapaz de combate, ¿Cómo es posible que pueda disparar? —se preguntó el cazarrecompensas en ese momento.

—Debe estar modificado, igual que tu transporte. De todos modos, sé que este élopa también puede disparar. ¿Por qué no le devuelves sus ataques?                —preguntó el mestizo.

—Un élopa utilitario puede correr o disparar, pero, hacer ambas cosas muy de seguido acaban en un instante con la energía de la batería arcana del motor. Apuesto lo que quieras a que la potencia de fuego de Lupcan es mayor que la nuestra. Por eso prefiero presionarle con velocidad y no con ataques.                   —dijo Válduin.

Dicho aquello, el cazarrecompensas pisó el acelerador con todas sus fuerzas. Los zumbidos propios de un bólido como aquel se colaron en los oídos del mercenario mientras corría. Pasó muy poco tiempo hasta que del coche mágico de Lupcan surgiera otro disparo de poder. El iárope logró esquivar la ráfaga de milagro. Por primera vez en bastante tiempo, dio gracias a La Diosa Puerco Merlákova. Si le alcanzaba las veces suficientes, los escudos deflectores del coche de Válduin caerían. Aparte de dicha protección, el vehículo contaba con otras mejoras. El motor danariático era más rápido que el de los demás modelos, igual que su manejo. La prueba estuvo en que, cuando Lupcan disparó por tercera vez, el élopa se deslizó con gracia a base de un ligero giro de volante. Ahora que Válduin se veía venir los ataques, volvía a tener la ventaja. De este modo, los coches de fueron alejando cada vez más rápido. Las luces nocturnas pasaron de ser una amplia constelación de puntos blancos y dorados a una difusa mancha blanquecina en mitad de un mar de sombras. Era afortunado que en la urbe hubiese una reducida presencia de los legionarios imperiales. De haber tenido a soldados deambulando por las calles, la persecución habría sido doble, iniciar una batalla aérea era ilegal en todo El Imperio ebénico. Sin embargo, la ruta que Lupcan estaba tomando preocupó al mercenario y, por lo que se dijo a continuación, al resto de pasajeros. 

—¡Ajj! Ahora ha tomado La Carretera Ségara —observó el pájaro a través del navegador del élopa.

—¿Y eso significa algo? —quiso saber Nétora

—Esa antigua carretera fue recorrida por el rey benen Háneror cuando marchó con sus aliados para destruir a los últimos béredor… ¡Los últimos béredor! —explicó el cuervo.

—Entonces, entiendo a dónde nos llevará si seguimos por este camino. Ignoraba que Lupcan la sirviese a ella… —murmuró Nétora con la gelidez del temor.

—No temas, chico. He volado por esta autopista muchas veces. Es como cualquier otra. —intentó tranquilizar Válduin a su asociado.

El intento era en vano. El mercenario no tenía ni idea de historia, solo sabía que La Carretera Ségara iba directa hacia el Este. Mas allá de Lorvos, estaba el antiguo territorio de Eata. Pocas vías aéreas circulaban por allí en la actualidad y, las que lo hacían, solo llevaban a un lugar. Al oriente de Eata se extendía La Meseta de Ércela, La Llanura Maldita. Válduin comprobó su navegador varias veces e hizo las revisiones necesarias. Sin lugar a dudas, Lupcan estaba tomando un sendero que entraba de cabeza en la oscura Kánalos, el dominio de la Dictadora Noruas. Todo eso era interesante e inquietante a la vez. Antes de aceptar aquel último encargo, Válduin desconocía que hubiese relación alguna entre Áltur Lupcan y Noruas. Si este resultaba ser aliado de La Dictadora, Válduin podría reclamar algo más que oro a los imperiales; podría exigir honores y concesiones a Los Magos Caballeros de Iriega. La idea le agradaba mucho, como le agradaba esclavizar tanto a Nétora y al propio Nuldo, ambos estaban resultando muy útiles. Si hacia las cosas bien, aquella misión podía terminar siendo muy beneficiosa. Entre tanto, tuvo que esquivar otra ráfaga proveniente del élopa de Lupcan. 

—¡Será hijo de puta! —le maldijo el jauro. —¿Cuánta batería tiene ese tronco para lanzar descargas tan rápido? —se preguntó el cazarrecompensas. 

Válduin se había cansado del juego del gato y el ratón, estaba arriesgando demasiado. Válduin volvió a enderezar su vehículo. Pero, en vez de volver a ir directo hacia el coche forajido, el mercenario estabilizó su vuelo, se quedó a una distancia próxima del otro élopa y esperó. 

—¡Ajj! ¿qué haces? Ese miserable nos va a matar… ¡a matar! —advirtió Nuldo. 

—¡Cierra tu pico! —ordenó el cazarrecompensas. 

En vez de exponerse, haría que Áltur Lupcan se sirviese a sí mismo en bandeja de plata. A esa distancia, obligaría al forajido a disparar hasta que sus cargas se agotasen o hasta que el motor danariático dejase de sostener al tronco volador. Pudiera ser que, dándose cuenta de su estrategia, Lupcan acelerase para perderle, pero, si se ponía a correr a su máxima velocidad, volvería a ser vulnerable, ya que no podría volver a atacar. Válduin salía beneficiado en todos los casos, lo único que tenía que hacer era tener a la vista al vehículo de su presa. La estratagema acabó dando su fruto. Otra descarga de energía fue lanzada, solo que esa vez Válduin estaba preparado. Esquivar aquel ataque fue coser y cantar. El indeseable ya le había disparado cinco veces en unos pocos minutos. Ninguna batería arcana de un élopa utilitario podía aguantar tanto, así que aquel tronco tenía que estar a punto de caer o de ponerse a correr. El cazarrecompensas reemprendió su ruta y esperó la reacción de su enemigo. Tal y como había previsto, su presa se olvidó de ofensivas y empezó a volar a mayor velocidad. Estaba claro que había tirado la toalla en su empeño de derribar el transporte de Válduin. Lo que su escurridizo objetivo seguía sin entender es que eso sería inútil. Él era un puerco de Merlákova, alguien que se había criado luchando contra sus hermanos de sangre y contra todo aquel que había querido aplastarle. Nadie podía escapar de sus garras, nadie podía detenerle cuando se proponía conseguir algo. El iárope pisó el acelerador de su tronco y las modificaciones se hicieron de notar. Desde el exterior, las runas celestes refulgieron por el mayor tráfico de energía mágica. En poco tiempo, su velocidad igualó a la del vehículo de Lupcan y el cazarrecompensas volvió a tenerlo justo delante. Entonces, teniendo en cuenta que su élopa había sido construido por los enanos con piedra, Válduin elevó su coche por encima del perteneciente al forajido y apagó el generador de levitación, cayendo sobre Áltur Lupcan con todo su peso. 

—¡Ajj! ¿Quieres matarnos? ¡Matarnos! —chilló Nuldo al ver lo que hacía Válduin.

—Solo quiero matar a Lupcan. —gritó el iárope justo cuando el tronco de piedra golpeó al vehículo de Áltur. 

Hubo un estruendo que sonó como un terremoto. Las manchas oscuras que se entreveían por las ventanillas dejaron de moverse hacia delante para empezar a escurrirse hacia abajo. Un zumbido se coló en los oídos de Válduin y la asfixia propia del vértigo de una gran caída presionó todo su cuerpo. Si volaban por La Carretera Ánera, debían estar una altura de unos treinta metros, altura suficiente para matarse si su élopa impactaba contra el suelo. Aquello era lo que Nuldo debía pensar que iba a ocurrir, al igual que Nétora. Ambos pegaban gritos ensordecedores ante la supuesta e inminente caída. La muerte era algo en lo que Válduin, por irónico que sonase, pensaba poco. En cualquier caso, estaba seguro de algo. No moriría por una maniobra que ya había realizado varias veces. Cuando le pareció que estaban a punto de impactar contra la superficie, el mercenario reactivó el generador de levitación y, tras un brusco tirón, el tronco quedó de nuevo suspendido en el aire. 

El trío de pasajeros se tomó un momento para recuperar el aliento. Todos estaban ilesos, la táctica de Válduin había tenido éxito. El jauro echó un vistazo y encontró oscuridad en el exterior. Las farolas de La Carretera Ánera quedaban en lo alto, lejos de aquel lugar. La única fuente de iluminación cercana eran las runas azules de su élopa y, también, las runas verdes del de Lupcan. Estas seguían encendidas pese a que el vehículo del mismo se había llevado un buen golpe tras estrellarse. Los restos estaban debajo suya. A pesar de que la luz procedente del tronco indicaba que la magia aún fluía por todo el transporte, había columnas de humo ascendiendo desde los pedazos del coche mágico. Este había caído del revés y estaba sumergido en la roca del suelo. La cabina había reventado y su conductor no daba señales de vida. 

—¿Seguirá ahí? —preguntó Nétora al mirar por la ventanilla que tenía a la derecha. 

—Seguir tiene que seguir. Lo bueno es que da igual cómo se encuentre. Pagan por su cabeza, no por su vida. Vayamos a echar un vistazo. —propuso Válduin. 

Parte 4

Manipulando el volante, el cazarrecompensas hizo bajar el élopa. Se situó cerca de los restos de la colisión, sobre un montículo que le daba ventaja estratégica en caso de que Lupcan estuviese vivo. Después de dejar levitando al tronco, Válduin levantó con sumo cuidado la puerta, agarró a Túlema con lentitud y optó por dejar ahí cualquier lámpara de roca lumínica, así, evitaría ser un blanco fácil. El destartalado vehículo de Áltur Lupcan seguía escupiendo humo sin que su propietario apareciese por ninguna parte. A pesar de tales indicios, Válduin no bajó la guardia. 

—Tú, chico. Ve por la derecha, acércate poco a poco. Tú, pájaro, observa desde lejos. Grazna a la mínima señal de peligro. —murmuró el cazarrecompensas. 

—¡Ajj! De acuerdo… de acuerdo —susurró el cuervo. 

Nétora tan solo se limitó a asentir y a salir del élopa. Nuldo voló desde la ventanilla y se mezcló con la penumbra. Hasta cierto punto, Válduin se sentía vulnerable confiando en aquellos dos, además, nunca había trabajado en equipo, por lo que sintió toda aquella situación muy extraña. Lo cierto era que Nétora y Nuldo estaban siendo de extrema utilidad, por lo que la opción de reclutarles tentaba a Válduin cada vez más. El mercenario caminó con sumo cuidado y sin ningún tipo de prisa. La noche estaba en una calma absoluta. A esas horas, el tráfico aéreo era escaso y, en esa zona en concreto, no parecía haber nada ni nadie metiendo las narices, y eso era algo muy bueno. El élopa de Lupcan cada vez estaba cerca, así como su recompensa. Válduin llevaba a Túlema en mano, aunque, ciertamente, empezaba a sentirse lo bastante confiado como para bajar el hacha. Su idea era acercarse a la cabina y encontrar a su presa o lo que quedase de ella. Pensando aquello, el mercenario llegó hasta el élopa, pero siguió sin ver ni oír el menor rastro de Áltur Lupcan. Válduin se agachó despacio esperando encontrar al tipo atrapado en el interior de la cabina. Echó un vistazo a través de la ventanilla y vio un cuerpo, un cuerpo inmóvil y, aparentemente, muerto. El cazarrecompensas sonrió. Ya estaba hecho. Válduin activó en encantamiento de su arma para que volviera a ser tan cortante como la más temible de Las Armas de Poder. Los haces de luz roja del objeto relampaguearon y el calor emanó del hacha. Dio un tajo al costado del tronco y el hacha abrió un gran y limpio boquete circular en medio del élopa. Ahí tenía al famoso y escurridizo forajido a su absoluta merced. Cuando una presa caía en sus garras, siempre resultaba muy gratificante, todavía más cuanto cobraba la recompensa puesta por ella. Válduin volvió a agacharse para sacar de dentro del coche mágico su premio. Aunque Lupcan era alguien voluminoso, el mercenario se veía capaz de sacarle de ahí con su sola fuerza física. Lo que pilló por sorpresa al Rival de la Muerte fue que el propio Áltur Lupcan le ayudase a sacarle de la cabina. 

Una mano grande, gruesa y de piel áspera se cerró en torno al cuello de Válduin. Esta apretó con una opresión tan insistente que el cazarrecompensas creyó que su cabeza iba a estallar. Sintió cortarse el aire de súbito y empezó a perder la conciencia. Trató de usar a Túlema, pero se le había escurrido cuando Lupcan le sorprendió. El iárope era capaz de ver su arma por el rabillo del ojo aún encendida. Si lograba hacerse con ella, vencería. En vez de seguir luchando contra la fuerza que lo estaba estrangulando, intentó agarrar el hacha; era su única oportunidad. La empuñadura le rozó los cuatro dedos de la mano en múltiples ocasiones, por desgracia, la sensación de Válduin era que la estaba alejando más y más mientras que cada vez le llegaba menos aire. La vista se le nubló y Túlema le pareció estar más lejos que nunca.

—¡Válduin! —gritaron cerca suya.

Era Nétora, estaba al lado del élopa y de la escena. El joven tenía a Túlema en sus manos, se la había aproximado lo suficiente como para que pudiese empuñarla, así que Válduin así lo hizo. Notó el tacto de su posesión más valiosa y, al acto, la hizo caer sobre el brazo que le estaba estrangulando. El hedor a carne quemada se coló por su nariz. Válduin sintió un nuevo y repentino apretón sobre el cuello, aunque este fue el último. Después, toda la presión se disipó, estaba libre. Se levantó de inmediato entre toses, estaba seguro que aquella situación era en la que más cerca había estado de sucumbir. Necesitó tomar aliento para recobrarse del todo, por desgracia, su enemigo no estaba dispuesto a concederle respiro alguno. A pesar de haber perdido un brazo, Lupcan había salido de la cabina del élopa y, ahora, estaba de pie ante él. Válduin había visto muchas capturas danariáticas y retratos del mismo para que, cuando le tuviera delante, pudiese reconocerlo. Ahora, las luces verdes de su élopa desmantelado le iluminaban con un aire fantasmal. Lupcan debía medir unos dos metros y medio, la estatura típica de su especie. La piel era grisácea, rugosa y estaba curtida por su exposición al sol. Vestía con finas ropas que evidenciaban que sus años como saqueador le habían enriquecido. Una camisa blanca cubría su torso debajo de un chaleco de color purpura de lo más refinado. Bajo aquel conjunto, había una cabeza desproporcionada, de cráneo y frente protuberantes, casi alienígenas. Una corta trompa caía del lugar donde tenía la nariz y una mandíbula cuadrada y prominente exhibía una mueca de absoluto odio. El troll estaba fuera y, aunque estaba desprovisto de su mano derecha, se mantenía firme y observaba a Válduin con el deseo de matarle escrito en sus negros y profundos ojos.

—¿Tienes la mínima idea de quién soy yo? —le preguntó el troll.

A Válduin le hizo gracia que él mismo le hubiese preguntado justo eso a Nuldo en el bar. Conteniendo la risa, el mercenario intentó escoger las palabras adecuadas. 

—Tú eres mi último trabajo, Considérate honrado de que vaya a ser yo quien te capture, o quien ponga punto final a tu vida. Tú verás.  —le espetó Válduin.

—Je, je. Eres un tipejo lleno de humildad, aunque con una absoluta falta de de inteligencia. —replicó Lupcan.

—No sé si un troll dekreptor es el más indicado para hablar de falta de inteligencia. —le replicó Nétora, quien permanecía a la derecha de la escena.

—Necio, soy muy distinto a los salvajes de mi raza. Yo tengo una misión y es servir a la futura soberana de estas tierras. —alardeó Lupcan.

—¿Hablas de Noruas?, ¿y tú te consideras inteligente? Esa dictadora de tres al cuarto caerá como han caído todos los nigromantes con delirios de grandeza. Es más, creo que ya fue derrotada en el pasado. —remarcó Válduin.

A pesar de la burla, el mercenario sentía respeto por aquel nombre. Sea como fuere, era mejor fingir que no le tenía ningún miedo antes que dejarse asombrar por las palabras del forajido.

—Vosotros ignoráis todo lo que ocurre en la torre de Amag Deca. Tampoco os hacéis una ligera impresión del poder que Noruas ejerce y desatará por toda Ércela, por el Sindrato de los enanos, La Provincia élfica de Debiria. Hasta el orgulloso Reino de Véudra será conquistado, así como el Imperio ebénico. —aseveró Áltur Lupcan.

—¡Ja!, con lo difícil que ha sido darte alcance me he pensado que eras digno de lo que se contaba de ti. Pero, después de todo, veo que eres tan estúpido como el que más. Vas a caer como cualquier otro imbécil al que he cazado. —aseguró Válduin.

—¡Ajj! Caballeros, podemos buscar una opción más diplomática a todo este entuerto… ¡A todo este entuerto! —dijo en ese momento Nuldo, quien llegó volando para posarse sobre una roca cercana.

—Y lo haremos, soy un iárope. ¡Así es como ejerce la diplomacia mi gente! —clamó Válduin.

Hacía ya un rato que se encontraba en condiciones para luchar. El mercenario saltó sobre el troll con Túlema en mano. En la mente del iárope, aquel movimiento sería el que acabase con Lupcan de una vez. Para su desgracia, Válduin se equivocó. El troll fue capaz de verle y, con su puño izquierdo asestó un directo que le derribó. Aquel golpe se sintió tan pesado y contundente como cuando el troll intentó asfixiarle. A diferencia de otros enemigos, Lupcan era un combatiente que sabía lo que estaba en juego. Sin vacilación, el forajido se arrojó sobre Válduin y comenzó a estrangularle una vez más. En esa ocasión, su rabia fue mucho mayor que antes. Válduin estuvo seguro de que, en caso de haber contado con sus dos brazos, el dekreptor ya le habría matado. Tenía una fuerza equivalente a su inteligencia, en la cual, Válduin estaba ahora más dispuesto a creer. En ese instante, su mirada se cruzaba con la de Áltur Lupcan, quien preservaba la imagen del odio en su rostro. El troll ocupaba todo su campo de visión, por lo que el cazarrecompensas fue incapaz de ver venir a Nétora, quien se abalanzó sobre el forajido y empezó a golpearlo con un arma de poder. El cuchillo cuya hoja era un haz de luz se sumergió varias veces en la espalda del troll. La fuerza con la que el joven le atacaba fue suficiente como para que el forajido soltase el cuello de Válduin. Eso le dio un instante para recobrarse y tomar aliento. El problema estuvo en que Lupcan tardó muy poco en despachar a Nétora, a quien arrojó varios metros de distancia. De haber podido, el enemigo habría caído sobre Válduin de nuevo, pero, en ese caso, fue Nuldo quien retrasó lo inevitable al comenzar a picotear y arañar la cabeza de Áltur. Esos segundos en los que este trató de quitarse al pájaro de encima, fueron claves. Válduin era consciente de que no tendría otra oportunidad igual. Sin esperar a haber recobrado el aliento del todo, se levantó del suelo empuñando a Túlema, avanzó a pasos ligeros y, antes de que su enemigo se diese la vuelta, le asestó un tajo en mitad de la espalda. La expresión de Lupcan era de un asombro absoluto. En aquellos ojos negros había tanto furia, como desconcierto, como un atisbo de admiración por haber sido vencido. Tras unos segundos, el fugitivo cayó al suelo, tan inerte como el cadáver en el que se había convertido.

—Creo que está muerto. —dijo Nétora mientras se agachaba y palpaba la garganta de su enemigo. —Está claro, ya no habita en este Plano. ¿Ahora qué hacemos? —preguntó el chico. 

—Esperar a que salga el sol. Entonces el cuerpo se convertirá en piedra, la carne petrificada de los trolls es muy valiosa. Cuando rebane la cabeza del forajido, la entregaré como prueba de la captura, pero, también, me quedaré con algún pedazo de su cuerpo para tener ganancias extra. —explicó Válduin. 

—Ajj, es buena idea… ¡Buena idea! Quedan unas horas hasta que nazca el sol. —comentó el cuervo. 

—Respecto al futuro, quisiera saber que será de mí, Válduin. Recuerdo lo que me dijiste en el bar y ambos sabemos que asociarse con un iárope conlleva renunciar a la libertad. —añadió Nétora. 

—Libertad… 

El cazarrecompensas murmuró esa palabra y la dejó suspendida en el aire. Tanto Nétora como Nuldo se lo quedaron mirando con intriga. Sabiendo que tenía la atención de ambos, Válduin empezó a hablar. 

—Libertad, honor, gloria, amor… Es lo que todos persiguen. Cosas insustanciales, cosas que no existen. Nadie es libre, nadie tiene honor de verdad, la gloria es solo una ilusión y el amor no son más que burbujas en el culo que pueden aliviarse con una buena follada. Yo os digo que en esta vida lo único que es valioso es la fuerza. Quien tiene fuerza, lo tiene todo. Yo soy Válduin, El Rival de la Muerte, el más temido en todo Lorvos y, pronto, cuando se sepa que he acabado con un siervo de La Dictadora Noruas, seré temido también en Ércela. Os lo digo, compañeros; seguidme. Todos aquellos que me juren lealtad pasarán a formar parte de un ejército que asolará cada lugar que encuentre. Todos aquellos que estén de mi parte sobrevivirán. —declaró Válduin sintiendo que aquello se cumpliría con la misma seguridad que el sol se levantaba por el Oeste y se ponía en el Este. 

Nada más el mercenario dijo aquellas palabras, comenzó la última espera, una que duró varias horas y que terminó en un sólido silencio hasta que el sol Naeru tiñó el horizonte occidental con las luces del amanecer. El mercenario respiró con profundidad. Era el comienzo de un nuevo día y una nueva etapa en su vida. En ese momento lo acabó de entender: no necesitaba seguir Las Normas de Merlákova, solo ganar las suficientes partidas. Con la ayuda de aquellos dos, había matado a un acólito de una señora de la guerra como Noruas. Si fundaba una banda o si levantaba un pequeño ejército, su sola reputación serviría para derrotar a cualquiera que se les pusiera por delante. Siempre había sido un guerrero solitario, pero, ahora, usaría a otros para alcanzar sus objetivos. Empezaría con Nétora y Nuldo, le seguiría una compañía mercenaria y, más adelante, toda una hueste que cumpliese sus designios. Así pues, sus días como errante solitario terminarían. Le esperaba una nueva época de gloria, así se lo constataban los rayos del Sol Naeru, los cuales tocaron el cadáver de Áltur Lupcan y tornaron la carne bajo las ropas dura y grisácea como la piedra. Ahora, cuanto tenía que hacer era decapitar aquel cuerpo y llevárselo consigo. El mercenario se olvidó de Nétora y Nuldo, se situó encima del troll y comprobó que el encantamiento de Túlema siguiese activado. Tras ver las vetas rojas ardientes, Válduin levantó el hacha por encima de su cabeza, dispuesto a terminar con aquello de una vez por todas. Si hubieran pasado un par de segundos más, habría consumado su acción, sin embargo, ocurrió algo que le detuvo en seco, algo que no solía ocurrirle con mucha frecuencia. A Válduin, le dieron una orden. 

—Detente, querrán ser ellos los que separen la cabeza. —dijo Nétora a su espalda con la voz sonándole más preciosa que nunca. 

Válduin se dio la vuelta incrédulo. Encontró a aquel muchacho mestizo, mirándole con total serenidad, como si hubiera olvidado que, por mucho menos, él mismo casi le había dejado sin cabeza en el antro de Nuldo. Parecía que aquel imbécil no formaría parte de su banda, ni de su compañía, ni de su ejército, después de todo.

—¿Cómo dices, mocoso? —preguntó Válduin con la furia impresa en sus palabras. 

—¡Ajj! Lo que oyes… Lo que oyes. Deja tranquilo el cuerpo hasta que lleguen. Les hemos avisado de todos tus movimientos desde que salimos de mi local. Muy pronto habrán llegado. —reiteró esa vez Nuldo. 

—¿Con que tú también te crees en posición de darme órdenes, eh, pajarraco? —le interrogó el mercenario. 

—Son sugerencias para que sigas vivo. Igual que cuando te aconsejé que no emprendieras esta misión. Tus promesas de recibir parte de la recompensa eran tentadoras, pero prefiero estar congraciado con otros. —explicó el cuervo. 

—Hazle caso, Válduin. Esta vez vas sobrestimado tus posibilidades. —apuntó Nétora. 

Válduin miró al muchacho y luego al pájaro y lo evidente se presentó ante sus ojos.

—De modo que los dos estáis conchabados… Astuto, muy astuto, pero jugar conmigo a las traiciones es peligroso. 

—Nadie te traicionó, Válduin. Tanto Nuldo como yo usamos tus taras en nuestro favor: tu arrogancia, descaro y exceso de confianza han sido de gran ayuda. Es cierto que tuve que correr algunos riesgos, como poner sobre aviso a Lupcan. Si no nos atacaba y perdía el tiempo luchando contra nosotros, habríamos llegado lo bastante lejos como para que nuestros verdaderos colaboradores fuesen incapaces de alcanzarnos. —le explicó Nétora. 

—¿Vuestros verdaderos colaboradores? ¿De quiénes estás hablando? —preguntó Válduin. 

—De nosssotros, por sssupuesto. —le contestó una voz serpentina a su espalda. 

Válduin se dio la vuelta y se dio cuenta de que se había olvidado por completo de la competencia. Estaban los cinco al completo, Válduin les reconocía a todos por las anécdotas que se contaban. Al final, La Banda de Los Cinco Venenos le habían alcanzado antes de poder llevarse la cabeza del troll. 

—Eresss un gran guerrero, Rival de la Muerte. Me tienta el reclutarte, pero sssé como eres tú y como sssomos nosssotros. No encajariasss en nuesstra manada —sentenció Alja Lagra, la lideresa de la banda. 

Era grande para los de su especie, de una mirada que comunicaba la letalidad a la que Válduin tanto temía. Alja Lagra tenía las plumas verdes, los colmillos parecían dardos de acero, solo que más amarillentos y filosos. Como era reptil, no podía sonreír tal cual, pero la silueta de sus fauces describía una forma siniestra y macabra que le recordaba a una sonrisa malvada.

Alja Lagra saltó desde el risco en el que había aparecido y corrió hasta ponerse sobre el pecho del forajido petrificado. Abrió la boca y un hedor nauseabundo emergió entre los colmillos. Las garras de sus patas se aferraron al torso del troll, excepto las que se curvaban. Estas permanecieron altas y firmes, apuntando directamente al cazarrecompensas. El acto reflejó del iárope fue descargar la furia de Túlema sobre la dinosaurio. Ya había acabado antes con otros de su raza. Sin embargo, cuando el resto de la banda descendió y rodeó al cazarrecompensas, Válduin sintió miedo. Se contaban auténticos relatos de terror acerca de cómo los velociraptores cazaban. Válduin retrocedió algunos pasos. Conocía a todos los miembros del grupo. Alja Lagra, La Verde, era la raptora que lideraba la manada. De izquierda a derecha estaban los cuatro restantes; Krezo, El Trago Letal, cubierto por plumas de color fuego y rayas lapislázuli. Cáfta El Ponzoña, de color tierra verdosa. Álok, La Toxina Celeste, de plumaje azul con vetas rojas. Por último y más sanguinario, Válduin reconoció a Voka, El Ascua Venenosa.    El mercenario retrocedió un poco más. Si luchaba contra Los Cinco Venenos, necesitaría margen de movimiento, eso sí luchaba, pues, por primera vez en toda su vida, pensó en renunciar a su premio y salir corriendo. Alja Lagra seguía sobre el cuerpo de Áltur Lupcan sin apartar la vista de Válduin y sonriendo con esa perturbadora hilera de colmillos que le sacaba de quicio. 

—Vamosss a llevarnos a Lupcan. Nétora y Nuldo vienen con nosssotross. La recompensa ssserá toda nuestra. A ti te dejaremos con vida como pago por haber matado a la pieza. —le dijo Alja Lagra. 

Al oír esa amenaza, Válduin se quedó más rígido que el propio cadáver del troll. La última vez que alguien más fuerte que él le había arrebatado lo que era suyo, aún era esclavo del Señor Dúrgoran. La ira despertó en su corazón. Si había huido de él era porque estaba convencido de que se merecía todo lo que quería, porque quería tener fuerza y poder en este mundo. Ahora esos lagartos pretendían hacerle volver a aquella vida de servidumbre, cosa a la que Válduin se negaba. 

—No voy a dejar que eso ocurra. He luchado muy duro para matar a ese cabrón. Su recompensa me pertenece. —reafirmó Válduin. 

—Sssi lo crees asssí, puerco de Merlákova. ¡Defiende lo que es tuyo!

En cuanto la raptora dejó de hablar, el resto de miembros de La Banda de los Cinco Venenos se lanzaron contra Válduin. Las fichas estaban sobre el tablero. Aquella era la pelea de su vida, el momento en que Válduin descubriría si de verdad era un digno Rival de la Muerte.

Parte 6

Cuatro de los cinco dinosaurios se lanzaron como posesos a por Válduin. El que iba a la cabeza era Voka, El Ascua Venenosa, de quien se decía que era el más sanguinario y cruel de todos. Sin embargo, el iárope sabía que todos eran igual de peligrosos. Como medida disuasoria, empuñó a Túlema con ambas manos y la giró para alejar a los cuatro raptores que se le echaban encima. La arena se elevó hasta parecer un conjunto de cortinas traslúcidas por las que era imposible ver nada. Eso hizo que Válduin tuviera un momento para preparar su guardia, algo que resultó vital. Nada más la arena fue arrastrada por el aire, Voka apareció desde lo alto del cielo. Su cuerpo reptiliano eclipsó el sol, nubló la vista de Válduin y este tuvo el impulso de atacar al raptor con su hacha. Entonces, bajó la mirada.

—Un momento… —susurró su mente.

Lo que Válduin vio fue al resto de la banda a punto de alcanzarle. Krezo, El Trago Letal, iba a la vanguardia. El iárope le escogió a él como su objetivo pese a que tuviera que sentir la dentadura de Voka en su espalda. Así pues, el mercenario dio la vuelta en la esperanza de que los dientes del Ascua Letal impactasen contra el metal de su armadura. Túlema se elevó a la altura de la cabeza de Válduin para hacer a continuación fría, impasible y mortífera sobre el raptor. La hoja del arma encantada partió en dos la cabeza del dinosaurio, aunque la magia que estaba instalada en su metal calcinó ambas partes, evitando que aquel espectáculo se volviera aún más sangriento. 

—¡Te pille, hijo de puta! —celebró el mercenario dentro de su cabeza.

—¡Graaaj! —rugió furiosa Alja Lagra desde la distancia. 

Válduin había recordado a tiempo la forma de cazar de los velociraptores. Era común que las manadas centrasen la atención de su enemigo en el frente mientras que los verdaderos atacantes actuaban desde los flancos. Por desgracia, el iárope tuvo poco tiempo para celebrar aquella victoria. Voka El Ascua Letal acertó a cerrar sus mandíbulas en su nunca. El dolor perforó su carne y Válduin experimentó la sensación más tortuosa que jamás hubiera sentido. Haciendo acopio de voluntad, ignoró su agonía y se concentró en resistir. Al acto, empezó a notar un fuerte dolor en la rodilla derecha. Era Álok, El Ponzoña Celeste. El velociraptor había ido directo a por esa parte de su cuerpo. La sangre manó de la rodilla, pero lo peor fue que las fuerzas de esa pierna le fallaron. El cazarrecompensas tuvo que ceder y su ensangrentada extremidad chocó contra el suelo. Aun así, aquello supuso una ventaja, porque, ahora, Álok estaba a su alcance. El dolor que Voka le provocaba en su espalda le impedía levantar a Túlema por encima de los hombros y decapitar a Álok. Por suerte, aún tenía la fuerza suficiente como para estrangular a aquel lagarto sarnoso. Igual que Áltur Lupcan había hecho antes, Válduin comenzó a apretar el gaznate de aquel animal con su brazo izquierdo. Toda la rabia que sentía, todo su sufrimiento, incluso el dolor que le provocaba Voka, le sirvieron para reventar el cuello de Álok. Si Cáfta El Ponzoña hubiese tardado un poco más en morderle el brazo que sostenía a Túlema, Válduin lo habría conseguido.

La fuerza conjunta de los Cuatro Venenos le estaba superando. Iba a morir, el mercenario ya estaba convencido de ello, pero decidió llevarse a otro de esos hijos de puta antes de acudir ante La Diosa Puerco. Acabaría con Álok para hacer a la banda todo el daño posible. Válduin se negó a chillar o suplicar. Moriría peleando y sin mostrar debilidad. No obstante, esas decisiones eran más fáciles de pensar que de cumplir. Voka estaba llegando cada vez más profundo con sus mordeduras. La sangre que brotaba de las heridas era un riego constante que cada vez le mermaba más y más su vitalidad. La rodilla era un poco menos terrible, pero ardía como una brasa alimentada con montañas de carbones, y sangraba con una abundancia casi tan preocupante como la herida de la nunca. Aunque, lo que más espantó a Válduin fue la macabra obra de Cáfta. Túlema volvía a estar en el suelo, quemando la tierra seca y elevando el humo gris desde un lecho de ceniza y sangre. Cáfta El Ponzoña le estaba destrozando la muñeca con repetidas mordeduras carentes de piedad. Incluso si sobrevivía aquello, Válduin perdería la mano derecha a menos que se topase con un sanador danariático. Lo malo era que, en aquel desierto, los conjuradores dispuestos a curar a personas necesitadas escaseaban. Haciendo un último acopio de fuerzas, El Rival de la Muerte apretó su brazo izquierdo con la fuerza suficiente como para romperle el cuello de Álok. El crujido se oyó con la misma intensidad que un látigo o una rama siendo azotada por el viento. La vida se apagó en los ojos del dinosaurio y Válduin volvió a tener una mano libre. Sin pensar en si serviría de algo, intentó quitarse a Voka de encima. Para su desgracia, era tarde. La vista se le nubló y todas las fuerzas que le quedaban le fallaron. Pese a todo, siguió intentándolo. El problema fue que Alja Lagra tampoco se quedó de garras cruzadas. El brazo con el que había matado a Álok, volvió a ser apresado con una desgarradora mordedura de la lideresa de la banda. 

—Vasss a sssufrir, por lo que hass hecho, cerdo tessstarudo. —prometió la raptora después de dar su primer mordisco. 

Al acabar de hablar, esta volvió a hundir sus colmillos en la muñeca izquierda del iárope. Con el dolor creciendo, Válduin llegó a reír. Aquella lagarta no lo entendía; la muerte era un destino placentero para todos los que vivían sin someterse. Era cierto que La Diosa Puerco Merlákova devoraba las almas de los débiles y los cobardes. Pero él era un guerrero formidable e imbatible. Estuvo seguro que su madre le recibiría con honores, elogios y los brazos abiertos. Y entonces, lo recordó: había huido del yugo de su señor feudal e infringido las normas de la divinidad. ¿Cómo le sentaría eso a Merlákova? Se suponía que quebrar las normas era propio de los indignos, por lo que Váduin se dio cuenta… El Rival de la Muerte; que suntuoso nombre y como le gustaba proclamarlo allá donde fuera. Nétora mismo se lo había dicho antes de pelear con Los Cinco Venenos, su arrogancia era su mayor debilidad. Todo ello no era más que una mascarada para sentirse más poderoso de lo que era en realidad. Válduin supo que era un mentiroso, un bravucón y, por encima de todo, menos de lo que se creía… 

—<<Estoy condenado, condenado. Soy escoria. Soy…>>

No. Aquellos pensamientos eran fruto de la fiebre, la falta de sangre y la inminente llegada de su rival. Él era Válduin, el cazarrecompensas más legendario y temido de Lorvos. Una vez muerto, su fama se dispararía hasta niveles parejos a los de los Señores Feudales de Árapa, Los Divinos y Los Dragones. Desde entonces, él sería incluso más recordado que el dragón de hielo del que había tomado su propio nombre. Él era un grande de su tiempo, lo tenía claro. Justo cuando ese pensamiento se le cruzó por la mente, dejó de sentir dolor. Primero, la molestia de la nuca se redujo hasta ser solo una comezón. Lo mismo sucedió con la mano derecha, sobre la que desapareció la presión de las dentelladas del Cáfta El Ponzoña. Válduin observó su mano. Esta estaba destrozada, mutilada, inutilizada, tal y como se había imaginado… Pero, lo más asombroso de todo es que Cáfta se había esfumado. 

—¡Huyen! ¡Losss muy cobardess huyen! —dijo la voz del raptor.

Tras esas palabras, Válduin también percibió algo de alivio del cruel ataque de Alja Lagra. Ella también había soltado su brazo izquierdo. 

—¿Traicionaiss al puerco y, ahora, a nosssotross? —preguntó la raptora en la distancia.

Válduin la buscó con la mirada y con los oídos. La encontró. Estaba cerca del cadáver de Áltur Lupcan, pero combatía contra un enemigo que revoloteaba a su alrededor. Más allá se encontraba Voka, el mercenario habría jurado que este también luchaba con alguien. Se esforzó en usar su cansada y enturbiada vista y se dio cuenta de que ese contendiente era Nétora. El muchacho estaba muy cerca del élopa de Válduin. Empuñaba el arma de poder con la que había atacado a Áltur Lucan. A sus pies, yacía un bulto de color tierra, era el cadáver de Cáfta. Por eso Voka iba decidido a por el chico. El raptor estaba ante él, dispuesto a hacer lo que mejor se le daba. A su vez, Nuldo daba picotazos de forma repetida en la cabeza y grupa de Alja Lagra para retrasarla y dar tiempo a Nétora.

—¡Sssssabandijasss traidorasss! —les espetó Alja Lagra.

Dicho aquello, Voka El Ascua Venenosa saltó sobre el joven mestizo y el resplandor azulado del metal quedó ocultó por el cuerpo anaranjado del dinosaurio. Nuldo se alejó batiendo con fuerza las alas cuando ocurrió esto. Alja Lagra le persiguió con un gran salto y el mercenario creyó que había agarrado al pájaro con sus fauces. A Váduin, todo aquello le resultó curioso. Parecía que esos dos pícaros solo se servían a sí mismos. El cazarrecompensas determinó que, al fin y al cabo, habrían sido buenos compañeros para sus misiones. Con ese pensamiento en la mente y antes de ver que había ocurrido con Nétora, la visión de Válduin se volvió tan negra como la noche en la que se había sumergido para perseguir a Áltur Lupcan.

Parte Final

Despertó. Ignoraba dónde y cuándo, pero despertó. La habitación tenía una ventana a su derecha que irradiaba una luz blanquecina. Bajo la misma, estaba Túlema. Las vetas rojas apenas se distinguían desde la cama. Era evidente que la batería arcana del arma estaba agotada. A la izquierda de Válduin, resplandecía una pequeña lámpara de roca lumínica que emitía un tenue brillo amarillento. El mercenario sentía molestias en muchos sitios de su cuerpo, especialmente en la espalda. Notaba extraños los brazos y la pierna derecha, como si no pudiera controlar aquellas extremidades. Una bolsa de suero estaba conectada a su brazo izquierdo por vía intravenosa y un orbe medidor encantado transmitía las pulsaciones de su corazón emitiendo pitidos. Válduin trató de incorporarse para ver en qué estado se encontraban sus miembros, pero, al momento de querer situarse, un rictus de dolor azotó su torso entero y le hizo cambiar de idea. Lo bueno de sentir todas esas sensaciones es que seguía con vida. Antes de hacer ningún otro movimiento, alguien le habló desde el fondo de la habitación.

—Te sugiero que te quedes quieto todo lo posible. —dijo una voz profunda y solemne.

Era como un trueno convertido en palabras entendibles al oído. En el umbral del cuarto, había una puerta y, en ella, un aciano. Tenía el cabello gris y una barba que se resistía a abandonar la negrura que hubiera tenido en el pasado. La nariz era ancha y prominente y su piel pálida conservaba cierta tonalidad propia de la juventud. La lengua con la que se habían dirigido a Válduin era nada menos que el idioma de los puercos, la cual, por lo que el mercenario creía, solo podía ser pronunciada por los de su especie.

—¿Quién eres? —preguntó Válduin.

—Un enemigo. Un amigo. Depende en gran medida de ti. Aunque, sin duda alguna, me has hecho un gran favor acabando con el siervo de Noruas. —apreció la voz.

—¿Lupcan?… —murmuró Válduin más para sí que para su interlocutor. Entonces, lo recordó todo. —¡Nétora!, ¡Nuldo! ¡La recompensa! Qué ha pasado con…

Una nueva descarga de tormento sacudió el cuerpo de Válduin. En aquel instante de pura agonía, el brazo derecho apareció ante el cazarrecompensas. Se sorprendió al ver que su mano siguiera ahí, sin herida alguna. El iárope movió los cuatro dedos que formaban parte de la mano derecha. Estos respondían según él lo ordenaba desde su cerebro. Aun así, no terminó de sentir esa mano como parte de su cuerpo. Ni siquiera le parecía carne del todo. Se fijó en la muñeca, allá donde Cáfta le había mordido, y vio un pliegue, sutil y casi invisible, pero ahí estaba. 

—Me temo que fue imposible salvar tus manos y tu pierna. No obstante, puedes estar tranquilo, las prótesis Scan son las más adaptativas. Incluso los iáropes las aceptáis de manera óptima. También puedes olvidarte de su financiación, dos conocidos se han ocupado del asunto. —le informó la voz.

Válduin tardó poco en atar cabos, ya se imaginaba que había ocurrido con la recompensa. Aquellas dos pulgas traicioneras se habían agenciado el premio de su esfuerzo. Tal fue su furia solo con pensarlo que la cólera dio fuerzas suficientes a Válduin como para por fin levantarse de la cama. Ignorando el dolor de las heridas, la aguja del suero y el roce de las prótesis, salió del lecho con ansias de descargar su frustración con el anciano. Habría alcanzado a aquel personaje, salvo porque fue detenido por una mano. Era blanca, ajada y llena de manchas propias de la vejez. La mirada de aquel hombre, le golpeó con tanta firmeza como si fuera el empujón de un troll o un gigante. Válduin trató de avanzar con toda su fuerza y furia, pero fue imposible. Algo más allá de lo físico le impedía avanzar, así que lo único que consiguió fue sentir más dolor. 

El iárope se atrevió a sumergirse en los ojos de aquel anciano. Eran de color oscuro, solo que salpicados por las casi imperceptibles pinceladas de La Magia. La prueba de que aquel tipo era un conjurador estaba en que su otro brazo sostenía un báculo de cuyo cabezal emanaba luz, la misma luz amarillenta que emitía la lámpara que tenía a su izquierda. En ese momento, mientras el brujo caminaba hacia la cama, la luz de dicha lámpara osciló entre destellos fugaces y la más absoluta e incolora opacidad. Lo sorprendente era que Válduin no había escuchado al mago articular embrujo alguno, lo más normal a la hora de efectuar un hechizo. Si el anciano podía hacer embrujos sin decir palabra alguna, eso solo significaba una cosa. ¿Podían ser ciertas las leyendas? ¿Era aquel viejo uno de los Danariáticos Eminentes? ¿Los mismos de los que se contaba que habían sido adiestrados por El Dragón Foga en las artes arcanas para enfrentar a La Dictadora Noruas? Muchos brujos en Ercleón podían congelar el movimiento de un cuerpo, pero no sin pronunciar palabras, así que, tal vez, Válduin estuviese ante uno de los aprendices de Dios. 

—Te dije que depende de ti que sea tu amigo o tu enemigo. Lo que debo advertirte es que soy leal y considerado con los primeros. Tanto, como firme e implacable con los segundos. —explicó El Eminente. 

—¿Y qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué me has curado? —preguntó el cazarrecompensas. 

—Justo por aquellos a los que quieres matar. Después de que quedases inconsciente, Nétora fue capaz de despachar a Voka. Alja Lagra, la última de la banda, ha escapado, desconozco que ha sido de ella. Una vez terminó la lucha, Nétora y Nuldo tomaron la cabeza de Lupcan y a ti mientras estabas inconsciente y te llevaron de nuevo a Lavos Téldon. Cuando te atendieron y todo estuvo más calmado, me llamaron tal y como estaba planeado.                        

—rememoró el mago. 

—¿Planeado?

—Sí. Fui yo quien puso la recompensa por Lupcan. Nétora y Nuldo son colaboradores útiles a la hora de enterarse de información o vigilar, pero el luchar está lejos de ser su fuerte. Lo que les pedí fue que se asegurasen de poner en la pista correcta a un mercenario adecuado, como has resultado ser tú. —dijo El Eminente.

—¿A qué coño te refieres con eso? —le interrogó Válduin.

—La respuesta va a molestarte, pero creo que te tengo lo bastante sujeto como para confesar que eres el tipo de persona a la que sería fácil engañar. Ahora mismo ando escaso de fondos y, para pagar los honorarios de Nétora y Nuldo, ellos tenían que quedarse con el botín. —afirmó el viejo con una expresión que parecía un remordimiento sincero.

Si tenía tales sentimientos, eso dio igual al iárope. Quería matar a ese carcamal como fuera, pero esperó. El embrujo que lo mantenía inmóvil solo le dejaba esa opción.

—¿Lo que ha pasado con Los Cinco Venenos también fue cosa tuya? —preguntó Válduin con la voz tensa.

—Créeme, el único acto reprochable de todo esto fue dar la recompensa a los informantes. Los Cinco Venenos fue algo que nos pilló por sorpresa. De haber podido, habría evitado que se involucrasen en esto. —le contestó El Eminente.

—Los raptores me encontraron porque Nétora delató nuestra posición… —replicó Válduin.

—Sí. Algo que desapruebo, aunque tampoco condeno. Tanto el chico como el pájaro corrían el riesgo de ser acosados por la banda, por muchos códigos que los cazarrecompensas tengáis entre vosotros. Nétora y Nuldo escogieron, de entre los males, el de menor gravedad. —justificó el anciano.

—Dímelo a mí, viejo. —le espetó Válduin elevando las manos hacia arriba.

El Eminente se adelantó y miró fijamente al mercenario sin bajar la mano en ningún momento.

—Te lo repito, puerco de la Merlákova, esto no era lo que quería. Lamento que los acontecimientos hayan ocurrido de esta forma. Por eso pedí a los dos que usasen parte de la recompensa para devolver lo que habías perdido. Con todo, considero que estoy en deuda contigo. Podría tener trabajo para ti                    —sugirió el mago.

Válduin sonrió. La mueca en su rostro era el gesto de la rabia canalizada en una expresión falsa que solo guarda el peor de los sentimientos.

—Pues claro. Conozco a los de tu clase, viejo. Si todavía estoy aquí es porque te resulta útil que esté vivo. —sentenció el iárope.

—Libre eres de creer lo que quieras. Esta oferta viene de mi remordimiento, no del interés. Aunque tampoco voy a mentir. En efecto, creo que vales más vivo que muerto. Yo siempre procuro evitar que el potencial se desperdicie y me gustaría que hablásemos de negocios. —reiteró El Eminente. 

—No me interesa. —contestó Válduin.

—¿Ni siquiera si obtuvieras lo que más ansias? —planteó el mago.

—Y eso, según tú, ¿qué es, viejo? —preguntó el mercenario. 

—Lo que toda persona como tú desea: la amistad de gentes de influencia y poder. Las mismas que podrían asegurarte un retiro perpetuo… Y alguien contaría tu historia. —dijo El Eminente.

Aquello sacudió la mente del mercenario como si la hubiesen agarrado con una soga y tirado de ella hacia un destino que nunca antes había aparecido en la imaginación de Válduin.

—¿Qué has dicho? —preguntó con la voz casi enmudecida.

El Eminente hizo como si nada se hubiese dicho y se limitó a seguir hablando.

—Había escuchado rumores del peligroso e implacable cazarrecompensas que estaba causando tanto revuelo en Lorvos. Te conozco, Válduin hijo de Kútrrala. Conozco tu pasado. Sé que mataste al minotauro Mókaro. Sé que quieres poder y crear tu propio camino. Te has saltado Las Normas de Merlákova y has huido de tu señor feudal. —le enunció el mago.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Válduin atónito.

—No soy de los conjuradores que pueden leer una mente, tampoco es que sea necesario. Llevo observando Árapa mucho tiempo. He estado en Los Feudos y he conocido en persona a los más poderosos de tu especie. Tu antiguo señor Dúrgoran se ha vuelto muy fuerte. Por suerte para ti, ignora quién eres, pero tiene muy en cuenta que uno de sus siervos le abandonó. Si le encuentra, su piedad será tan escasa como abundante su crueldad.

—Y tú crees que yo soy ese siervo. ¿Por qué?

—Por la zona en la que te mueves, los tiempos y tus palabras ante Nétora y Nuldo, deduzco que estoy en lo correcto. Y, aunque me equivocase, estoy seguro que quieres ser alguien importante. —concluyó El Eminente. 

—Lo que quiero es que los capullos como el mestizo y el pájaro se piensen el tocarme los huevos antes de cruzarse en mi camino. —replicó Válduin.

—Deja entonces que se cuente tu historia. Pocos se atreverán a entrometerse en los asuntos de aquel que acabó con Áltur Lupcan y La Banda de los Cinco Venenos. —propuso el mago.

Válduin se tomó unos segundos y valoró la situación. Seguía inmóvil, así que no podía hacer nada. Túlema continuaba apoyada sobre la pared donde se encontraba la ventana. De estar en su mano, mataría a aquel vejestorio, seguía teniéndole inquina por haberle utilizado. También estaba convencido de que su encontronazo con Los Cinco Venenos era cosa suya. A pesar de esos sentimientos y que le importaba una mierda lo que se trajese entre manos, admitió que le había vendido bien su propuesta. Además, había estado a punto de morir. Y, pese a sus duras palabras, gran parte de ello se debía a su soberbia, en el fondo, lo sabía. Válduin era un escéptico, pero pudiera ser que la providencia le estuviese dando una oportunidad de ser algo más que un carnicero a sueldo. 

—Dime, mago. ¿Qué tendría que hacer para conseguir lo que me prometes? —preguntó Válduin.

—Nétora me dijo que has estado en Ércela varias veces y que sabes entrar ahí sin ser detectado. ¿Es cierto? —inquirió el mago.

—Así es —corroboró Válduin.

—¿Y en Kánalos? ¿Te has adentrado en los dominios de la Dictadora Noruas? —le preguntó.

—Je, je. ¿Qué te traes con La Heralda del Señor Eterno, eh, vejestorio? —quiso saber el mercenario.

—Tu respuesta quedaría contestada si adivinases quien soy. —añadió este. 

—¿Pretendes que lo lea de tu cabeza o algo? —se mofó Válduin.

—No te hace falta magia alguna para descubrirlo, como a mí tampoco para saber quién eras. El sentido común es la mejor baza de cualquiera para resolver un rompecabezas. —recordó el anciano.

Válduin siempre había sabido lo justo acerca de brujos y personajes famosos. Conocía a los divinos más importantes, a varios magnates y creía recordar el nombre del actual emperador ebénico. A pesar de tales lagunas, un nombre le vino a la cabeza.

—Neínaco. El mago del bastón, El Eminente Errante… Vaya, ignoraba que estuviese delante de uno de los salvadores de este mundo. —lisonjeó Válduin con sarcasmo al mago.

—Aquel triunfo fue obra de varios y el mundo sigue sin estar a salvo, me temo. —replicó Neínaco. 

—Por eso quieres que vaya a Kánalos.  Quieres que mate a la puta de Noruas. —dedujo el cazarrecompensas.

—Ja, ja, ja. Que osado. Ignoro si alguien en todo El Gran Plano de Fó tiene poder suficiente como para matar a Noruas. En cualquier caso, ella es una enemiga a la que se derrotará por medios ajenos a la fuerza. Tampoco busco destruir, solo arrojar un poco de luz. Hay rumores que se escuchan desde los últimos años. Hay mucha actividad en Kánalos y saber que está tramando La Dictadora es crucial. —aclaró Neínaco.

—Yo soy asesino, no espía. Tienes a otros que podrían hacer mejor este trabajo. —apuntó Válduin.

—Soy consciente, sin embargo, no estarás solo. Nétora y Nuldo irán contigo. —le informó Neínaco.

—¿Pretendes que me asocie de nuevo con esos traicioneros? —dijo Válduin con un tono de indignación.

—Has de admitir que, juntos, habéis hecho mucho, fue la actuación de los tres lo que acabó con Lupcan. Ahora bien, confírmame que has estado en Kánalos. Y, ten cuidado, sabré si me mientes. Que tu respuesta sea afirmativa es lo primero para seguir con nuestro trato. —concretó Neínaco.

Válduin esgrimió una sonrisa pícara. Era placentero regatear con uno de los conjuradores más poderosos de Ercleón.

—Tienes suerte de haberme salvado, mago. He estado en Kánalos y sé cómo entrar sin ser visto. —confirmó el cazarrecompensas.

Neínaco le sostuvo la mirada inexpresivo. Enarcando ligeramente una de sus cejas negras dijo estas apalabras.

—Voy a soltarte. Estaría bien que dejases a Túlema tranquila en la pared.

—Descuida, has conseguido que me interese por tu oferta de trabajo, incluso teniendo que tratar otra vez con el mocoso y el pajarraco. —puntualizó Válduin.

—Te pediré que me lo demuestres olvidando toda intención de hacerles daño. —añadió el mago.

Un ardor de pura furia golpeó a Válduin en el corazón. Lo pensó lo menos posible. Desconocía sí El Eminente le había mentido y era capaz de leer su mente.

—¿Están aquí? —se limitó a preguntar Válduin.

—En la habitación de al lado. Quiero que hablemos los cinco. —propuso el mago. 

El iárope frunció el ceño. Incluso él sabía que entre todos eran un cuarteto. El mercenario no tenía ni idea de a quién podía estar refiriéndose El Eminente.

—Puedes liberarme de tu magia, estaré quieto. —prometió Válduin.

Neínaco asintió con la cabeza despacio, como si algún tipo de peso recayese sobre sus hombros. La palma abierta de su mano se deslizó hacia abajo y Válduin sintió como volvía a ser dueño de todos sus movimientos. La idea de abalanzarse contra el viejo se le pasó por la mente, pero el mercenario también ocultó ese pensamiento. O, al menos, lo intentó. El reto se volvió más complicado una vez Nétora y Nuldo fueron llamados por Neínaco.

—Podéis pasar. —exclamó el anciano.

La puerta gimió y, de ella, aparecieron los dos picaros. Nuldo se apoyaba en el hombro derecho de Nétora mientras el joven mestizo le daba granos de maíz. Si le temían, nada en sus miradas lo delataba. Antes de que hablasen, detrás suya apareció el quinto al que Neínaco había mencionado antes. Era un humano. Por el colgante de la runa edeh, Válduin imaginó que era ebénico como Nétora. Era un joven de cuerpo flaco, piel pálida, una nariz aguileña propia de los ratones de biblioteca y los descarados. Su cabello era negro, rizado y estaba enmarañado, como si un vendaval lo moviera de un lado a otro. También llevaba gafas, por lo que, en general, la apariencia de aquel crio era de todo menos intimidante.

—Hola, Válduin. Enhorabuena por matar a Lupcan. En verdad, sí que haces justicia a tu apodo. —valoró el Nétora con su hermosa voz.

—Es mejor callar por ahora, joven Nétora. Si os embarcáis en esta empresa, Válduin pondrá a prueba de nuevo su título muy pronto. —apuntó Neínaco.

Entonces, el desconocido habló por primera vez. El iárope quedó sorprendido, porque, aunque no fuese una voz muy viril, el chico la proyectaba hasta el fondo de la habitación.

—Neínaco ¿acaso no le conoces? Es el terror de todo Lorvos, asesino del minotauro Mókaro, El Rival de la Muerte. —recordó el ebénico.

—¡Sí! ¡El Rival de la muerte!… ¡El Rival de la Muerte! —graznaba Nuldo escupiendo granos de su pico.

Al cazarrecompensas le agradó que aquel último visitante conociera todos sus títulos. Movido por auténtica curiosidad preguntó lo siguiente.

—¿Quién eres, niño?

Neínaco hizo ademán de hacer las presentaciones, pero aquel muchacho se adelantó.

—Soy Sergos de Remas. Yo voy a contar tu historia.

El iárope estaba desconcertado. El chiquillo le había tenido la mano a modo de saludo. Por pura inercia, el mercenario se la agarró con la prótesis derecha. Lo hizo con cuidado, pues aquel niño estaba tan flaco que temió romperle el brazo. Sorprendentemente, un vigor sostuvo su apretón con firmeza.

—¿Qué haces entonces aquí? Se supone que tú labor es mi recompensa por el nuevo trabajo. —dijo Válduin mientras soltaba la mano de Sergos.

—La idea del sabio Neínaco era esa, pero sospecho que ya hay una buena historia que contar. Si te ves con fuerzas, Válduin, me gustaría comenzar a tomar notas de lo sucedido ahora en un rato, cuando hayamos atendido los asuntos de Kánalos. —propuso Sergos.

—¿Quieres ponerte a escribir ahora, Sergos? —preguntó Neínaco atónito.

—Pues a mí me parece una gran idea. Noruas no se moverá de su torre y, la verdad, es que me gustaría cobrar por adelantado en vista de los daños sufridos… —habló Válduin moviendo los dedos mecánicos de sus prótesis.

—Estupendo. Con Nétora y Nuldo presentes, la narración será mucho más fidedigna. No quiero decir que seas deshonesto con tu narración, Válduin, pero, más de un punto de vista hace una historia mucho más dinámica. —afirmó Sergos.

El ebénico sacó con gran velocidad un móvil danariático. Se apoyó sobre la pared donde estaba la ventana y la propia Túlema.

—¿Y qué ganas tú haciendas esto? —le preguntó Válduin.

—Es una afición. Me encanta escribir. Si son historias interesantes, me gusta el doble. —dijo Sergos. —Nuldo, Nétora, Válduin. Cualquiera puede comenzar a hablar. —dijo Sergos.

—Será mejor que empiece yo para que Válduin no oculte nada. ¡Ajj! Escucha, ebénico, esta es la historia del Rival de la Muerte… ¡El Rival de la Muerte!

Sergos de Remas comenzó a teclear nada más el pájaro comenzó a contar lo sucedido. Válduin enterró su sentir bajo muchas ideas. Toda su vida la había empleado en ser alguien con poder que fuera respetado y temido, parecía que ese tal Sergos de Remas iba a favorecer ese objetivo. El mercenario todavía quería acallar las mofas de Nuldo, Nétora o quien fuera, pero, ahora, quería algo más. En verdad lo había querido desde siempre, solo que no lo sabía.  Cuando hubiese contado a Sergos toda la caza de Áltur Lupcan, iría a Kánalos y, una vez ahí, mataría a La Dictadora Noruas. Todo con tal de conseguir mayor poder, pero, también, la recompensa que Neínaco le ofrecía. Había roto Las Normas de Merlákova porque quería ser algo más que un salvaje a las órdenes de un tirano. Su soberbia le había cegado, pero era libertad y plenitud lo que deseaba. Ahora lo sabía y estaba claro que la oportunidad acababa de presentársele después de estar a punto de morir. Era voluntad de La Diosa Puerco. Todo lo que tenía que hacer era dejar a un lado su orgullo y seguir adelante hacia un nuevo destino. Válduin el iárope pensó en esto y otras cosas mientras Sergos de Remas escribía en su móvil las hazañas y desventuras del Rival de la Muerte.

Hasta aquí el relato.

Gracias a Alfonso de la Prieta, Guille Carballar y Sonsoles Pereda por sus correcciones y comentarios.

Gracias mis mecenas, quienes hacen posible este viaje: Álvaro Luque, Brena73 & Reme 🥰🥰

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