
¿Para qué hacer algo si puedes conseguirlo a partir de otros?… Es una idea tentadora, ¿verdad, querido viajero? Todas y cada una de las especies de Ercleón tienen una cultura bien diferenciada. A pesar de ello, existe una que es famosa por carecer de la suya propia y preferir apropiarse de lo que poseen las demás.
Los iáropes, jauros, humanos cerdo o puercos de Merlákova son una de las razas hibridas o mévedu que habitan en el Oeste. La salvedad es que esta estirpe es única. No se han encontrado otros como ellos en ninguna parte del continente de Térega más allá de Berena suroriental, Ércela y Árapa, su tierra natal. Los iáropes tienen cuerpos fornidos, articulaciones que acaban en tres dedos y cabezas parecidas a las de los cerdos. Su rasgo principal radica en que, desde que son simples cochinillos, se les inculca la idea de adueñarse de todo lo que les sea posible. Esta máxima rige su vida entera.
Si los puercos de Merlákova se topan con alguien, toman de él cuanto les es provechoso; sus riquezas, su dignidad y, si lo ven necesario, las vidas de aquellos que han tenido la desgracia de cruzarse en su camino. A causa de esta naturaleza, se les considera unas de las criaturas más malvadas de todo Ercleón. Sin embargo, esa maldad está justificada hasta cierto punto. Desde que nacen, su vida se les presenta tan dura como lo es en realidad. Después de que una pareja de humanos cerdo se apareé, el macho abandona a la hembra encinta sin excepción y nunca se preocupa en lo más mínimo de cuidar a los cochinillos que nazcan de esa unión. Cuando estos retoños crecen, son las propias madres las que les instan a competir entre ellos. Es común que, antes de cumplir la primera década de edad, los hermanos se hayan matado los unos a los otros. De toda una piara, que puede constar de seis a ocho cochinillos, suelen sobrevivir dos. Esto, en los casos más afortunados.
Cuando el cochinillo iárope llega a la madurez sexual, buscará cualquier hembra con la que reproducirse. Esto dará continuidad al largo historial de reyertas con sus congéneres. Esta etapa es crucial porque someterá al joven puerco por primera vez al combate ritual tuk-hayyh, la pelea de la dominancia. Funciona de la siguiente manera: un macho guerrea y pelea contra sus semejantes. Si vence, su rival debe someterse de por vida a cualquier orden del vencedor. En caso de negarse al sometimiento, el iárope que ganó la pelea tiene derecho a acabar con la vida de su enemigo en ese mismo instante. La mayoría escoge vivir como esclavo del vencedor. Los que lo hacen se tienen que postrarse sobre el suelo y mantenerse erguidos con brazos y piernas extendidos. Esta es la reverencia iárope, máxima expresión de sumisión y servidumbre que un puerco de Merlákova puede hacer. El tuk-hayyh también es la base de la organización de los feudos iarópes. En su día a día, un macho se mueve por el territorio hasta encontrar un contendiente. Si un jauro vence y acumula suficientes victorias, sus adeptos aumentan. A este grupo suelen pertenecer también las amantes del cabecilla. Eso sí. Si un macho desea a una mujer, también la debe vencer en combate, pues, ningún acto sexual se merece si no se ha luchado antes por él. Una vez un caudillo cuenta con suficientes servidores a su disposición, muchas puercas deciden ponerlo a prueba por iniciativa propia y desafiarlo a un tukk-hayyh. Si son derrotadas, harán la reverencia y formarán parte de su harén hasta que ellas mismas o su señor mueran. Si una hembra llega a derrotar a un cabecilla, los demás machos le abandonarán y ese será el fin del feudo. A pesar de esto, si la puerca es la vencedora, el macho no tiene por qué rendirle pleitesía. También está prohibido que hieran de gravedad o maten a los machos. En caso de que esto último suceda, será la mujer iárope la que sea castigada por su oponente o el resto de hombres que formen parte del feudo. De igual manera, si se llega a descubrir que una hembra asesinó a un macho, esta será repudiada por todos los hombres de su especie. A estas mujeres iárope se las conoce como las viudas de exilio. Muchas de ellas viven en el Imperio ebénico, Heledia o migran a regiones más recónditas del Sur o el Este.
Los iáropes poseen una lengua propia, el htmntii, aunque no la expresan por escrito a no ser que sea imposible comunicarse de otra forma. Les gusta la música, siempre que la melodía sea sencilla y las letras no tengan que ser creadas por ellos mismos. Tampoco construyen nada más que casas o chozas. Hasta las moradas de sus señores feudales son cabañas de una sola planta. Si alguno de ellos vive en un edificio más sofisticado será porque se lo han tomado de otros. El arte les parece algo ajeno y aburrido, siempre que no les aporte retribución. Hasta donde se sabe, jamás ha existido un erudito, académico o filósofo entre ellos. Hay pocos sensibles a la Danaria en esta especie. Lo que hacen muchos tiranos de esta raza es esclavizar a algún hechicero para que mantenga activos las barreras de protección de sus dominios. Hay veces en la que ciertos conjuradores corruptos deciden apoyar a los señores iáropes por iniciativa propia y así, aliarse con una facción de gran poder que les de libertad para llevar a cabo sus experimentos. La mayoría de los jauros habitan el sureste de Berena, otros su región natal de Árapa y, unos cuantos más, lo hacen en el vasto, inmisericorde y peligroso territorio de Ércela.
Si un iárope es peligroso por sí solo, un feudo es toda una calamidad, tanto cuando guerrean entre sí, como cuando deciden atacar a otros pueblos. La región de Ércela ha sido su dominio durante casi todo el último milenio. Tras el alzamiento del Imperio de las treinta y tres provincias, han seguido causando problemas a ebénicos, elfos, véudran, enanos y otras especies. Además de todo esto, son la raza que posee mayor control sobre las Tierras Netas. Han puesto a raya a los ogros de Mugoria, a los trolls de Culvor y a los belicosos centauros taramitas. Pocos hechiceros corruptos se atreven a atacar los dominios de un feudo y hasta los dinosaurios parlantes o los dragones de Ércela se piensan dos veces el provocar la ira de los jauros. Cuando los béredor todavía estaban vivos y controlaban gran parte de Ercleón, los iáropes resultaron ser indomables. En la actualidad, han abordado la frontera sur de Berena, igual que el paso que lleva a Heledia y otras fronteras sureñas. Centauros, ogros y minotauros se cuentan entre sus mayores enemigos. Pero, por encima de estas rivalidades, los jauros sienten una gran animadversión por las amazonas de las trece islas. Las mujeres de sangre tienen una tradición similar al tuk-hayyh, el alíthino tánaos, un combate a muerte que, a ojos de los humanos cerdo, resulta una burda mofa de su tuk-hayyh. Las amazonas terminan por ser la antítesis del modo de vida de los puercos. Nadie puede someter a una, así que los iáropes desprecian con repulsión fanática a toda mujer de la sangre. Los puercos han aprendido a temerlas y evitarlas, lo cual, no impide que algunos feudos las cacen cuando estas viajan en solitario. Si son atrapadas, lo último que pueden esperar es algún atisbo de compasión. Los iáropes descargan sobre un enemigo todo su salvajismo. Por desgracia, es con las amazonas con quien llevan a cabo sus mayores crueldades.
Sus feudos funcionan de manera simple pero eficiente. El caudillo se instala en una fortaleza o ciudad de manera itinerante. Puede ser por gusto o porque quiera tener una base de operaciones con las que enfrentarse a un enemigo. Este líder ataca aldeas y poblaciones de la zona. Los poblados, ciudades y reinos que vencidos, son convertidos en siervos que rinden un costoso tributo y obedecen todos los designios del señor feudal. Hay historias de todo tipo al respecto contadas por los refugiados que escaparon de esas zonas; todas ellas terribles y calamitosas. Los emisarios del caudillo siempre deben cobrar un diezmo a la población sometida por el feudo. Si no reciben este impuesto, las consecuencias son de lo más desagradables. La raza aremoniana ha sido una de las que más ha sufrido este yugo, pues casi todos ellos se encontraban cerca de Árapa. En la actualidad, casi todos los aremonianos viven bajo su dominio, igual que otros tantos pueblos de Ercleón. La ayuda que estos pueden recibir es inexistente; desde el pacto de Ecebrión, los divinos tienen prohibido intervenir en las guerras de los mortales. Además, su propio dios demonio Errégosa fue exiliado del plano de Fó y su influencia sobre el mundo ha disminuido tanto que es incapaz de atender los rezos de los aremonianos. Debido a esto, otros reinos y razas de importancia podrían correr la misma suerte si los feudos iáropes siguen creciendo.
Los dominios más grandes se extienden por regiones enteras y tienen completo acceso a lagos, ríos y valles. Otra gran parte de los conquistados, por lo general los guerreros vencidos, son convertidos en mano de obra para trabajar en construcciones o explotaciones mineras. Esto permite que los feudos iáropes adquieran una ingente cantidad de recursos como metales o piedras preciosas. Lo más curioso de todo esto es que cualquiera que no sea siervo de un iárope, puede desafiarlo a un combate tuk-hayyh. La dificultad radica en que, para retar a un señor feudal, antes, se debe derrotar a todos y cada uno de los guerreros del feudo, con lo que la tarea se hace, en todos los aspectos, imposible. Solo uno, el héroe aremoniano conocido como Korvan, logró tal hazaña. Por desgracia, fue vencido en el último momento por el señor feudal Durgoran y, desde entonces, nadie ha vuelto a desafiar a estos tiranos. En cualquier caso, crear un feudo con estas reglas es complicado. Los casos de los señores Durgoran o Mégyral son raros, pues siempre hay nuevos aspirantes que buscan ascender en el poder y suelen acabar con los pequeños feudos antes de que se hagan demasiado grandes. Otra cosa curiosa es que los cochinillos nacidos en el feudo de un caudillo no están sometidos al mismo. Es decir, si crecen lo bastante como para retarle, pueden hacerlo, incluso si este tirano es su padre. No obstante, con las reglas anteriores, pocos son los vástagos que llegan muy lejos en sus pretensiones al poder. Hay caudillos que deciden cortar por lo sano y matan a sus propios hijos varones antes de que dé comienzo una escala de combates y violencia innecesarias. Otros, sin embargo, sea por una especie de amor paternal, porque desean más acólitos en su feudo o porque quieren probarse a sí mismos, permiten que los cochinillos crezcan hasta que llegue ese momento.
A pesar de todo, los iáropes tienen honor. En su filosofía solo se admira y reconoce la fuerza. Su madre y deidad, Merlákova, es la puerca que engendró al mundo después de que ella misma naciese de la unión entre las entidades Muka y Kutpá. Merlákova es tanto madre como jueza de sus puercos. Los iáropes creen que, después de la muerte, ella tan solo aceptará en sus rediles a los más poderosos, mientras que los débiles, los cobardes y los humillados no merecerán otra cosa más que sus almas sean devoradas por esta espantosa divinidad. Los jauros que sienten que sus competidores son demasiado fuertes para ellos suelen unirse a alguna compañía mercenaria de la Bor Niven. En ciertos casos, estos exiliados deciden probar suerte en nada menos que el Imperio ebénico, donde se convierten en gladiadores de combate. No existe ley promulgada por el emperador que les impida el paso si no han cometido crímenes en el territorio imperial. Esto no evita que la población conozca los rumores y los vean con muy malos ojos. Así es hasta que el gladiador se convierte en campeón. Lo que ha ocurrido otras veces es que algunos iáropes, de los que se sabía que habían cometido actos malvados o que estaban salpicados por rumores y sospechas, han llegado a ser figuras reconocidas y aclamadas después de triunfar en las arenas. Es curioso como los pecados y las atrocidades pueden quedar invisibilizadas por la esplendorosa aura de la fama y el reconocimiento social.

Más allá de este asunto, el Imperio ébenico les tiene en el punto de mira, el problema es que los feudos han crecido mucho en los últimos siglos. Ahora, hay dos grandes señores feudales: Durgoran el inamovible y Mégyral el devorador de la libertad. Estos caudillos son, a efectos prácticos, dueños del este de Berena y todas las Tierras Netas que pasan por sus dominios. Sus siervos atacan sin discriminación a las caravanas de enanos, xerxios o nómadas que se vean obligadas a cruzar por sus fronteras. Han arrasado con poblaciones y ciudades enteras. Incluso las manadas de orcos evitan atacar a las caravanas que pertenezcan a un señor feudal. Por el momento, el emperador ebénico, el príncipe de Debiria y el Sindro enano han tratado de mantener una actitud conciliadora con Durgoran y Mégyral. Todo ello, con la esperanza de evitar una guerra a gran escala. En cambio, el rey de Véudra cada vez tiene menos paciencia y ya ha advertido varias veces a los dos señores feudales que se mantengan fuera de sus dominios. Es evidente que, más pronto que tarde, los feudos serán lo bastante grandes como para lanzar un ataque que ponga en peligro a las grandes naciones del Oeste. Tanto Durgoran como Mégyral anhelan dominar Ercleón y cada trozo del mundo que se ponga a su alcance. La última esperanza que queda es que estos señores del terror decidan matarse el uno al otro o que ataquen por separado. El problema es que, si los dos puercos se llegan a aliar, o uno de los tiranos se hace con el feudo del otro, surgirá una amenaza como ninguna que se haya visto desde los béredor o los rebaños de caminantes no muertos.
Es irónico que la raza que todos habían subestimado se haya convertido en un peligro del que ahora nadie está a salvo. Desde luego, esta es una idea que quita el sueño: ¿cuántas amenazas se pueden llegar a evitar si tan solo se les pone la debida atención a tiempo? Cuando los béredor cayeron, los iáropes no eran tan poderosos, pero, ahora, son una potencia a la que todos tememos. Por lo tanto, si vais más allá del Este de Berena, querido viajero, andaos con cuidado.
Espero que encontréis bendiciones en la aventura que os aguarda.
Darma nimeldus.
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