Tras las interminables guerras entre dragones, colosos y divinos, estás razas acordaron hacer un pacto en el que dejarían que fuesen los mortales quienes rigiesen el mundo y protegiesen al Cerebro, el ser viviente más antiguo del Nú. Tras un gran debate, se llegó al consenso de que serían los ebénicos quienes tendrían esta responsabilidad. Esta fue la resolución del pacto de Ecebrión, tratado que marcó los siguientes años de la historia de Ercleón. Eso fue, entre otras cosas, porque los véudran fueron descartados como protectores del Cenebro.

Los véudran, gigantes blancos o bastardos de béredor son semigigantes nacidos de los gigantes de río y los legendarios béredor. Suelen alcanzar los dos metros y medio de estatura. Son pálidos, de cabellos platinos o dorados, ojos color sangre u oro y una constitución fuerte y voluminosa. Con sus dos ascendencias, llegan a vivir unos ciento cincuenta años. No obstante, es común que su fin llegue antes de alguna forma violenta.

Empezaron como ciudadanos de segunda entre los béredor, siendo vistos como meros bastardos que soldados o aristócratas habían engendrado con los gigantes. Esto les hacía ser vistos como seres ordinarios, similares a otros mestizos que había en el Imperio séleta, sin embargo, quiso el devenir del destino que uno de ellos naciese de Taungiden, hijo del tagio del Imperio séleta. El hijo de este príncipe fue llamado Taudan y fue quien cambió el destino de su gente para siempre.

Cuando Taudan descubrió ser hijo de reyes, generó una idea de pertenencia a la grandeza. Convocó a sus hermanos bastados, muchos de los cuales eran hijos de nobles béredor. Así, aquellos simples semigigantes se convirtieron en un grupo conocido en todo el Imperio séleta. Deseoso de ser reconocido y aceptado por su verdadero padre, Taudan se convirtió en un adalid del tagio y libró por el sus guerras con el mayor de los fervores. Las hazañas de Taudan fueron reconocidas y recompensadas. El tagio, su presunto abuelo, le entregó unas tierras cercanas a la llanura de Unha, principal hogar de los gigantes. Fue así como aquellos mestizos se convirtieron en un pueblo unificado y nació el Reino de Véudra, nación que sobrevivió incluso al gran Imperio séleta.

Conociendo esto, se hace poco sorprendente que los véudran tengan un carácter fuerte, un orgullo arrollador y una confianza que pocos pueden soportar sin convertirse en fervientes admiradores o adyectos enemigos. Pero la soberbía véudran va mucho más allá de su ascendencia.

Los béredor trajeron al Oeste a los dinosaurios, los máloba, los grandes reptiles del Mundo perdido. A pesar de que muchos béredor iban a la guerra a lomos de bestias como los alosaurios o los carnotauros, pocos eran capaces de convencer a los gigantescos y feroces tiranosaurios de ser sus monturas. Cuando Taudan quiso ganarse el favor del tagio, fue a convencer a estas bestias de unírseles. Alimentados por las promesas de hacerse con nuevos territorios en el valle de Unha, estos aceptaron y la primera vez que los soldados del reino de Veudra entraron en combate, fue sobre estos imponentes dinosaurios.

De este modo, los véudran se hicieron famosos por ser jinetes de tiranosaurio, logrando ganarse el respeto de sus enemigos antes siquiera de combatir. De igual modo, que se ganaron la habilidad de infundir un gran temor por la sola mención de su nombre.

Los véudran dan una gran importancia al proceso de monta de su dinosaurio. Esto es tan sagrado para ellos como que otras especies lo es tener un animal parlante como acompañante mégura en los primeros años de su vida. Los gigantes blancos adiestran a sus jóvenes desde los doce años para que sean capaces de dirigir a semejantes monturas. El hecho de que los dinosaurios de Nú sean capaces de hablar y razonar no hace precisamente sencillo el ir a lomos suyos, ya que el jinete tiene que saber dar instrucciones precisas cuando el fragor de la batalla hace imposible comunicarse verbalmente con el dinosaurio. Por este motivo, se entrena con rigor a los guerreros más jóvenes para que puedan espolear o incluso conducir a la montura según lo necesiten, lo cual, les hace unos combatientes formidables.

Por sí mismos, los véudran son fuertes, rápidos y resistentes. Poseen inmunidad frente a muchas enfermedades corrientes, aunque, por su sangre beredórica, son muy susceptibles de las infecciones que sus parientes crearon. Tal es el caso del vampirismo, la licantropía o el necrosismo.

Algo particular del reino de Véudra es que rara vez confían a sus sensibles a los maestros de la Orden Iali. Los gigantes blancos cuentan con academias en su territorio. Además, los semigigantes de Unha consideran que la cercanía de la academia de Iriega es demasiado cercana a sus rivales, el Imperio ebénico.

Más allá del pacto de Ecenebrión, los véudran mantienen una fuerte enemistad con los ebénicos desde tiempos muy remotos. El primer motivo radica en su ascendencia, pues los béredor fueron enconados adversarios de los ebénicos hasta el fin de la Mará-Nalat. Después de esa razón inicial, su conducta severa, intransigente y supremacista sobre otras especies les hace rivales antagónicos a los hijos de Gàralan. También está la cuestión política. A día de hoy, los véudran consideran errónea la decisión del pacto y demandan a los divinos en todo momento que les sea dada la custodia del Cenebro. A pesar de que los divinos desestiman su petición una y otra vez, esto no ha cambiado en lo más mínimo y los reyes de Véudra exigen que se cambie la custodia constantemente. Esta terquedad hace que muchos teman una futura guerra entre el reino y el Imperio. De hecho, cuando el hechicero Ar Rabatah lanzó su ataque sobre el viejo coloso, hubo muchos véudran que estuvieron de su lado. Los representantes del reino han negado una y otra vez que apoyasen de alguna manera el ataque, pero hay muchos que están convencidos de lo contrario.

Sea cual sea la verdad, es un hecho que los véudran son una gente belicosa que causa una gran tensión en la política de Ercleón. Cuando una especie desciende de una de las razas más poderosa de todos los tiempos y sus monturas de guerra son unas bestias ancestrales como los tiranosaurios, la soberbia se queda corta para describir hasta que punto los semigigantes de Unha están convencidos de ser amos del mundo.


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