Un relato de Sueño por una Crónica
Educar a los más jóvenes siempre es complicado, incluso en un mundo de fantasía. La maestra infantil René Níremon se enfrenta a la difícil tarea de que su alumno más díscolo deje de causar malestar en el aula…
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Un dibujo para René: un relato de Sueño por una Crónica
El aula era bonita y a René le daba una gran ilusión trabajar allí. Su clase estaba compuesta por una treintena de niños. Cada uno con su voz, cada uno vestido con color diferente. Cada uno era un mundo entero, pero ninguno era tan complejo como el niño de capa azul. Este interactuaba lo mínimo con sus compañeros y, cuando las cosas no salían como él quería, estallaba en ataques de cólera y rabia. Los demás alumnos, tendían a alejarse de él e incluso a responder con burlas y peleas. René era una maestra que vivía por y para la enseñanza. Ver como aquel niño ponía todo patas arriba le causaba una gran preocupación. Lo intentó todo; habló con el pequeño, trató de evitar que los otros alumnos se metiesen con él. Un día le peguntó directamente en uno de los descansos.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no te animas a jugar con los demás? —le interrogó con todo interés.
Pero el niño de capa azul ponía muecas y contestaba esto.
—No quiero hablar de ello. Quiero ir fuera. —respondía enfurruñado.
Frustrada, René dejaba al joven marcharse. Aquello era una pena. Todo en la escuela funcionaba de maravilla; en la escuela la trataban bien, podría ejercer su vocación y las clases con las que trabajaba eran muy agradables, pero, ese niño de capa azul rompía con toda esa perfección. Un día, caminando apaciblemente por los patios de recreo, René vio que había un entuerto con los pequeños. Cuando fue a ver que sucedía, como no podía ser de otra manera, halló al niño de capa azul en una pelea. Había golpeado a dos de sus compañeros dejándoles feos moratones. Llevaron al joven a una celda de clausura durante el resto de la jornada. Sintiéndose impotente ante la situación, René fue a hablar con el pequeño, solo que esa vez lo hizo con un sistema diferente. A aquel singular muchacho le encantaba dibujar.
—Si me cuentas que ha pasado y por qué, podrás dibujar lo que quieras. Solo si lo cuentas todo. —dijo René mientras le facilitaba los materiales.
El pequeño agarró con entusiasmo los lapiceros y empezó a contar lo sucedido.
—Se metieron conmigo, les molestó que no quisiera jugar con ellos a la pelota. Les llamé tontos porque les gustase ese estúpido juego. —respondió el niño de capa azul.
—¿Y tenías que agredirles? Podrías haberme avisado. No puedes explotar de esa manera. —le recriminó René.
—No puedo evitarlo, cuando viene me descontrolo. —confesó el pequeño ebénico.
—¿Viene? ¿Qué viene? —indagó René.
—El monstruo. —contestó el niño mientras seguía dibujando.
—Cundo viene, es como si se apoderase de mí y me hiciera ser violento. Para cuando me quiero dar cuenta, ya es tarde. —explicó el chiquillo.
—Entiendo. Hagamos una cosa. Buscaré una forma de que el monstruo te deje en paz y, a cambio, tú te animarás a hacer nuevos amigos. ¿Te parece? —propuso René.
—¿Puede hacer eso? —preguntó el niño con interés y escepticismo al mismo tiempo.
—Podré. Iré a preguntar a alguien que conozco. —dijo la maestra.
—Antes, de irte, ¿me enseñas que has dibujado? —pidió la maestra.
El niño accedió.
—Es muy bonito. —apreció René.
Era uno de Los Ancianos Eternos, seres ancestrales que custodiaban Ercleón. El que aparecía en el dibujo era Gorya, el gran reptil del Este. Era el favorito del niño. Una vez su alumno se marchó, René afrontó la situación.En verdad, no tenía idea de cómo lograr que el chico controlase sus accesos de ira. Por fortuna, había creado muchos vínculos y, entre esas amistades, estaba un maestro de gran sabiduría al que podía pedir consejo.
Cuando terminó la jornada, agendó la tarde para ir a ver a este amigo. Era un mestizo de cierta fama en Remas cuyo amor por la tinta, el papel y los rollos literarios era por todos conocido. Su nombre era Fómedas Uraria, una especie de erudito versado en la Historia del Gran Plano de Fó. Las leyendas y habladurías rodeaban a su persona. Algunos afirmaban con convicción que, siendo un bebé, fue encontrado por unos archivistas en una vieja cuna de madera, escondido entre las baldas de un almacén de libros y papiros. Allí estuvo algunas estaciones en los que su único alimento fue el olor de los pergaminos y de las pieles rústicas de los manuscritos. Lo asombroso es que estaba perdiendo su visión, pero eso no le impedía seguir siendo un lector voraz. Uraria había acumulado mucha sabiduría con el paso de los ciclos y muchos en Remas acudían en busca de su consejo o a escuchar las composiciones que había escrito a lo largo de su vida. Si había alguien que pudiera resolver el problema de René, ese era Uraria.
La maestra fue a visitarlo a su torre, construida en el interior de un cadáver arbóreo. Como ambos se conocían y existía el afecto y la confianza entre ellos, bastó con llamar a su puerta y esta fue abierta. La esposa de Uraria la recibió afectuosamente e hizo esperar a René mientras ayudaba al sabio a bajar hasta el salón del árbol. Cuando el mestizo apareció, antes que la maestra pronunciase una sola palabra, Uraria dijo esto.
—¡René! Grande es tenerte en mi casa. Adela me dijo que tenía una visita que necesitaba ayuda, pero, al saber que eras tú, me he puesto muy contento. Dime, amiga mía ¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó con amabilidad el invidente poeta.
Mientras Adela iba a preparar unas dulces infusionesy algún que otro tentempié, René expuso su problema. Una vez estuvo enterado, Uraria, se acarició la barbilla redondeada. Aunque no podía ver muy bien, se recreó dirigiendo su mirada hacia una ventana. Después, tomó un trago de su taza y, una vez depositó la misma en la mesita, dio su respuesta.
—Vaya, ese estudiantesuyo me recuerda a mí mismo de pequeño. —admitió el mestizo.
—¿De veras? —preguntó René asombrada.
—Así es. Cuando era más joven, solo quería estar rodeado de mis libros, de mis historias. Rodearme de los demás no me interesaba. También me disgustaba que me molestasen, aunque nunca llegue a explotar por ira. —explicó Uraria.
—¿Y cómo cambiaste eso? Ahora todos acuden a ti y pareces complacido por ello. Siempre estás dispuesto a ayudar a quien te lo pida. —apreció la maestra.
—Verás, querida amiga. Cuando me interesé por la poesía y los idiomas antiguos yo me divertía mucho estando solo. Pero, en un momento dado, me di cuenta de que faltaba algo. Había creado muchos versos y hasta tenía desarrollada una lengua propia. Pero, ¡ay de mí!, nadie más que yo podía leerlos. Tampoco nadie más estaba dispuesto a hablar conmigo en esa lengua que había creado. —explicó Uraria.
—¿Y qué hay de los acceso de ira? ¿Cómo podemos solucionarlos? —preguntó René.
El sabio se acarició la barbilla y bebió de su taza por segunda vez.
—Debes entender, querida René, que el niño de capa azul le gusta estar en su realidad. Si otros se inmiscuyen, se irrita y molesta. Debes hacerle ver que los demás pueden ser parte de esa realidad, que pueden enriquecerla. Mis versos y mis idiomas nunca habrían sido todo lo que podrían si nadie más hubiese querido escuchar o hablar conmigo —señaló Uraria.
—Es una gran idea. Gracias, amigo mío. —agradeció la maestra.
—No hay de que. —dijo el invidente poeta.
Al día siguiente, René fue un poco antes a la escuela. Allí preparó su plan. Necesitaba un par de niños de la clase, unos que estuvieran dispuestos a formar parte de él. No le costó encontrar a los candidatos. En el aula había muchachos estupendos y maravillosos. Cuando llegaron los pequeños a la escuela, René se acercó a hablar con dos niños en concreto. Después, comenzó la jornada y todo transcurrió en la medida de lo corriente. Pero, según llegó el descanso, hizo llamar al niño de capa azul y a los dos voluntarios que había encontrado. Uno era ebénico y el otro un niño elfo.
—He encontrado la forma de mantener alejado al monstruo. —dijo al pequeño. —Estos dos son Legna y Túnuca. Me han dicho que sienten curiosidad por tus dibujos. —dijo René al pequeño.
—¿De verdad? —preguntó incrédulo el niño de capa azul.
—Sí, los hemos visto y parece algo interesante. —dijo Legna.
—Nos preguntábamos si harías uno para nosotros. —añadió Túnuca.
El pequeño puso una expresión de asombro, como si no supiera procesar lo que estaba pasando.
—¿Qué hacemos? —quiso saber René.
—S-sí. Por supuesto. —dijo el niño de capa azul.
Ese día, en el patio del recreo, el pequeño no estuvo solo y el resultado dejó más que satisfechos tanto a Legna como a Túnuca. No fue el fin de las dificultades que el niño dio a René. Al fin y al cabo, era un muchacho complicado. Pero sí fue el inicio de las amistades entre los tres y, a su vez, de otras relaciones. Y, lo más importante, jamás volvió a reaccionar a las provocaciones del monstruo siempre que René fue su maestra. Ella pudo ver con gran satisfacción hasta que su destino como maestra cambió a otra escuela. El día en que acabó el último curso que impartió a la clase en la que estaba el pequeño, este se le acercó a su mesa.
—Esto es para usted, maestra René. —dijo el niño.
Era el dibujo, el del anciano eterno Gorya. El mismo que le había ayudado a conectar con el alumno. Aquel regalo le llenó el corazón de alegría y, como despedida, René se fundió en un tierno abrazo con aquel alumno tan particular. Después, las vidas de ambos se separaron.
…
Los años fueron pasando, y aquel muchacho quedó en la memoria de René como una de tantos alumnos que habían pasado por sus manos. Eso sí, con un aura especial y única. Cuando hubo pasado cerca de una década, René visitó de nuevo a su amigo, el sabio Uraria, con quien nunca había dejado de estar en contacto a través de los versos y el cariño. En su torre, ella y el mestizo hablaron con ánimo. El sabio casi había perdido la visión para ese momento, pero su vigor e intelecto seguían tan agudos como siempre.
—Dime, amigo mió, ¿Cómo va todo? —indagó René.
—Soy Feliz, gracias a los divinos, querida amiga. Este curso se me ha confiado la educación de un grupo de jóvenes ebénicos sumamente interesantes. —respondió Uraria.
—Eso es maravilloso. —apreció René.
—En especial —continuó Uraria —Hay un joven. Un muchacho al que se le resiste un tanto el hacer amigos pero que es muy apasionando. Viste con una capa de color azul. Le veo en los descansos entregado a hacer unas manualidades y, también, alguna vez, le he visto dibujando. Me recuerda un poco a mí a su edad, je, je. —dijo el sabio.
Los ojos de René se abrieron como platos al oír aquello. Ella se acercó a su amigo y, poniéndole ambas manos sobre los hombros hizo una sencilla pregunta.
—¿Cómo se llama, Uraria? —preguntó René.
Uniendo sus ojos invidentes a los de René, como si aún pudiera ver, Uraria contestó.
—Sergos, se llama Sergos. Es un joven brillante. Tiene sus defectos, pero creo que llegará lejos. Le apasiona estudiar y hacer lo que más le gusta. Aunque en eso va un poco atrasado, tiene un par de amigos bastante buenos.
René asimiló aquello y se sentó en el sofá de Uraria llena de satisfacción. De modo que lo había logrado, había ayudado a Sergos, el niño de capa azul, a seguir adelante, a superar sus dificultades, a ser mejor persona. Aquel triunfo le dejó claro que ella también era una gran maestra.
Esa noche, una vez estuvo en su casa, buscó el dibujo que Sergos le regaló antes de separarse. Costó un tanto dar con él, pero acabó por encontrarlo. Guardado en un baúl a salvo del polvo y el deterioro. Ahí estaba, el inapreciable tesoro que aquel niño le había dado. Miró a la figura de Gorya con gran alegría antes de ir a dormir llena de buenos pensamientos.
Hasta aquí el relato.
Gracias mis mecenas, quienes hacen posible este viaje: Álvaro Luque, Brena73 & Reme 🥰🥰
Querido viajero, que encuentres bendiciones en tu aventura, Darma Nímeldus.
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