Hay muchas culturas interesantes en Ercleón; escuelas de hechiceros, gremios de mercenarios, tripulaciones de intrépidos piratas y bucaneros, salvajes manadas de orcos…


Y, a pesar de que las emociones y las aventuras esperan en muchas regiones del mundo, cuando el sentimiento de morriña y nostalgia invade al alma, a muchos les viene a la mente el más cotidiano de los deseos. No hay nada mejor que sentirse acogido en un hogar. Si existe una especie de Ercleón que sepa como consolar ese sentimiento, esos son los medianos.

Los meren, hogareños o pequeños campechanos son una variante de la raza humana que se ha adaptado a la vida en el campo, retirados de las masificadas ciudades pobladas por millones y atestadas de tecnología mágica. Aunque no viven al margen del mundo y son parte del Imperio ebénico, incluso los más jóvenes meren prefieren la vida agrestre, rodeados por sus huertos y norias de regadio y acompañados por los animales parlantes, quienes conviven con ellos como vecinos y amigos.

Los medianos erclenos miden en torno al metro diez. Igual que en otras tradiciones e historias, tienen pies de gran tamaño cubiertos por un espeso vello y provistos de unas suelas de piel naturales que les permiten caminar por los terrenos más inhóspitos, como si llevasen puestas botas. Su esperanza de vida ronda los 100 años, pero es frecuente que superen esa cifra con facilidad. La mayoría habitan en el norte del bosque de Miratego, donde las lluvias son frecuentes y los campos verdes y fértiles. Alli, los medianos son de tez pálida, cabellos castaños y vientres anchos. En otras regiones más al sur, existen medianos de pieles morenas o incluso oscuras, aunque se trata de poblaciones distintas y menos comunes que los meren continentales.


En general, los hogareños tienen buen oído y olfato, vista aguda y una suerte de sexto sentido que les advierte contra las intenciones ocultas de los extraños. Muchos son huraños con los extranjeros, aunque unos cuantos sienten pasión por los viajes y son poseídos por una curiosidad genuina que les lleva a explorar cada rincón del mundo.


Son fanáticos de las fiestas en las que haya cervezas y comida, las reuniones, las charlas en las que los chismorreos son los protagonistas e, indudablemente, del tabaco regional fumado en pipa. Es sabido que gustan en vestir colores vivos y chillones, como el amarillo, el verde o el rojo, que rien con carcajadas estridentes y poseen manos habilidosas para las tareas artesanales.

Con respecto a la Danaria, los meren la suelen considerar algo peligroso y fácil de salirse de control. Cuando los caballeros iali visitan alguna de sus aldeas, tan solo los magistrados suelen tratar de forma directa con estos hechiceros mientras que todos los que pueden se refugian en sus casas hasta que los conjuradoradores se han marchado. La inmensa mayoría de los medianos temen a los hechiceros y opinan que son gentes que pactan con demonios y solo traen problemas. Esto tampoco quiere decir que entre los hogareños no exista la sensibilidad a la Danaria. En verdad, muchos meren son danariáticos y manifiestan su poder en esa facilidad que tienen a la hora de escabullirse o inflitrarse en todo tipo de lugares sin que nadie les detecte. Pocos entre ellos se atreven a partir para unirse a la Orden Iali o a buscar adiestramiento con algún hechicero herrante. Los rarísimos casos en lo que esto ha sucedido, el resto del pueblo ha encontrado esa conducta como merecimiento de destierro y repudio y, por desgracia, el temerario meren que se formó como conjurador ha tenido que apartarse de su aldea natal.
La teman más o menos, la Danaria aparece de muchas formas en ellos, no solo en su habilidad para el sigilo. A pesar de que en Ercleón los animales hablan y son inteligentes, hay especies y pueblos que mantienen su distancia con las bestias por desconfianza o miedo. En cambio, para un meren, entenderse con una fiera parlante resulta casi inevitable. Como habitantes del bosque y la campiña, es común que todo tipo de veduh sean invitados a fiestas o banquetes celebrados por los meren. En otras tantas ocasiones, gallinas o vacas deciden habitar en poblados de medianos a cambio de proveerles de huevos o leche. Gracias a esta amistad, aunque en muchas poblaciones de hogareños no hay un buen acceso a la red danariática, están enterados de muchos acontecimientos que ocurren a enormes distancias debido a que no existe mejor informante que los discretos ratones, ardillas, gatos o las ligeras aves del cielo.
Pese a su recelo a la magia, muchos jovenes medianos migran a las provincias del centro imperial pars buscar una mayor fortuna profesional. Estos últimos aprenden a convivir y residir en una sociedad mucho más masificada y avanzada donde el frenesí de la ciudad moderna les hace olvidar un tanto sus origenes agrestres.


En las ciudades, muchos meren se dedican al oficio de la cocina, la música o el espectáculo, habiendo unos cuantos de ellos que gozan de bastante fama y reconocimiento. El más destacado es Andrew Barret, quien es un consumado músico capaz de rasgar las cuerdas de la círtana con una destreza casi divina…


Tal vez no sean guerreros extraoridinarios ni tampoco poderosos brujos. Tampoco son pensadores brillantes ni científicos que estén a punto de dar con la cura del vampirismo o la licántropia. Sin embargo, los medianos nunca llegan a desvincularse de lo que les hace únicos en todo Ercleón; apreciar el cotidiano tesoro del hogar. Es frecuente que, cuando los suficientes meren de una misma población migran a una misma ciudad, los mismos suelen congregarse en barrios para vivir cerca los unos de los otros  y poder ayudarse entre ellos. De regreso a sus hogares, en los pueblos todos se conocen entre todos, se crean comunidades y los grupos de amigos forjan lazos tan fuertes y cercanos como en las propias familias.


La mayor virtud de los meren no es poseer ejércitos, riquezas o infraestructuras, sino recordar en todo momento que, juntos, son capaces de hacer de cualquier lugar su hogar.


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